La campaña y los vecinos

Ante la innecesaria gresca con Venezuela, y las consecuencias negativas para la relación bilateral con el país vecino, el presidente Santos tuvo que entrar para poner orden en la casa.

Editorial El Espectador
06 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Sin comenzar formalmente la campaña presidencial, a pesar de la petición de Juan Manuel Santos para que los interesados se echen al agua, se agudizan los escarceos públicos. Y no solo en lo interno, sino en temas internacionales. El reciente rifirrafe entre Germán Vargas Lleras, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y la canciller María Ángela Holguín, provocó un justo jalón de orejas de Santos al vicepresidente.

El incidente que generó esta escalada de declaraciones no daba para tanto. Durante la entrega de unas viviendas en Tibú, el vicepresidente utilizó una expresión común a este lado de la frontera al decir que no serían para “venecos”. Sin embargo, la misma es percibida en Venezuela como un insulto a sus habitantes. El comentario se hizo viral y el presidente del país vecino, experto en casar peleas para desviar la atención de los graves problemas que aquejan a su país, exigió de inmediato una explicación y la consiguiente rectificación.

Así las cosas, el asunto se hubiera podido saldar de inmediato con una breve explicación y las correspondientes excusas. El vicepresidente dio la explicación, válida, mas no las excusas. Nada costaba hacerlo. De lo contrario era caer en el juego preferido del chavismo: la diplomacia del micrófono y las descalificaciones personales. Luego terció el funesto diputado Diosdado Cabello, botafuego profesional, a quien Vargas Lleras calificó con justa razón de patán, y ahí fue Troya. Ante la innecesaria gresca, y las consecuencias negativas para la relación bilateral con el país vecino, Santos tuvo que entrar para poner orden en la casa. Recordó, una vez más, que la política exterior la maneja él a través de su canciller. Como debe ser.

Lo cierto es que la percepción que tienen la mayoría de los colombianos sobre el gobierno de Venezuela, así como de las figuras más representativas del chavismo, es muy negativa. Motivos hay, y de sobra, para que esto sea así. Sin embargo, una cosa es que un candidato sin responsabilidades públicas utilice este tipo de malestar para hacer política y otra que termine haciéndolo un opcionado aspirante, mientras todavía hace parte del gobierno. Como hecho significativo, vale la pena recordar que, durante la mayor parte de la historia bilateral, fue al otro lado de la frontera donde las campañas normalmente tenían como aspecto central la pimienta de la animosidad existente en Venezuela con respecto a Colombia.

Desde que el llamado Socialismo del Siglo XXI llegó al poder allá, las cosas cambiaron para mal. Por las consecuencias negativas que esta ideología ha tenido no sólo aquí, sino en buena parte de los países de la región, se generó lo que los expertos llaman una importante matriz de opinión, contraria a quienes representan dicho modelo de gobierno. En este sentido, buscar el favor popular acudiendo al expediente de la confrontación les ha dado excelentes argumentos no sólo al chavismo, sino a quienes de este lado de la frontera quisieran generar un conflicto. El resultado del reciente plebiscito así lo demostró. En especial con la falacia, hábilmente promocionada, de que en caso de que ganara el Sí, el país se encaminaba irremediablemente hacia el castrochavismo. Nada más alejado de la realidad.

En el mundo de la denominada posverdad, hay que tener gran cuidado con lo que se dice y cómo se dice. Los ejemplos recientes del brexit en Gran Bretaña, lo sucedido durante la campaña y las dos primeras semanas de Donald Trump en la Presidencia de los Estados Unidos, además del plebiscito en Colombia, son inmejorables ejemplos de esta peligrosa tendencia. La tentación de utilizar de manera irresponsable temas de política exterior, suele dar resultados de imprevisibles consecuencias.

De esta manera, con la esperanza de que se respeten los canales institucionales para el normal desempeño del gobierno, lo más indicado es que se deje a la Cancillería el complejo manejo de filigrana que entrañan las relaciones internacionales. Zapatero a tus zapatos.

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Por Editorial El Espectador

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