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Hace un año, el mundo entero vio la magnitud de las grietas que amenazan con destruir la democracia estadounidense. Las imágenes del Capitolio tomado a la fuerza por manifestantes cazando congresistas y exigiendo que se desconociera el resultado de las elecciones presidenciales siguen teniendo un eco aterrador en Estados Unidos. Lo que ha pasado después ha sido peor: un proceso coordinado por la ultraderecha de ese país para negar lo ocurrido, restarle importancia, seguir fomentando mentiras y sembrando las semillas para que regrese el autoritarismo al poder, sea encarnado en Donald Trump o en alguno de los múltiples imitadores que han surgido en este tiempo. La presidencia de Joe Biden no ha servido para calmar los peores temores. El mundo, y en especial los Estados democráticos, siguen en vilo por lo que pueda ocurrir con la primera potencia mundial.
Brooke Gladstone, haciendo eco a Hannah Arendt, resumió la sencillez de la estrategia empleada por los fanáticos de Trump: “La gran abundancia de mentiras demuestra, una y otra vez, que los hechos son desechables, meros dispositivos confusos que no tienen utilidad, que no importan”. Cuando la verdad deja de ser objeto de interés, cualquier relato es válido y lo único que cobra relevancia es quién tiene los medios para imponerlo. Mentir a toda consta se convierte en la única estrategia política empleada.
Lo pudimos ver con la toma del Capitolio. Relato tras relato de los detenidos y condenados por los hechos lleva a la misma conclusión: creían que la elección fue robada. No están solos. Trump lo repitió incluso cuando los votos estaban siendo contados. Una encuesta reciente de NPR, PBS NewsHour y Marist encontró que, si su candidato pierde, solo un tercio de los republicanos están dispuestos a aceptar la legitimidad de las elecciones de 2024. Como escribió la profesora Cynthia Miller-Idriss para The New York Times: “La mayor amenaza para la seguridad de los estadounidenses hoy no viene de terroristas extranjeros, sino de los propios ciudadanos americanos. Y la amenaza está dirigida hacia el futuro de la democracia misma”.
El problema, claro, es que todos los relatos de la elección fraudulenta son falsos. Todas las acciones legales que presentó el equipo de Trump fracasaron. Incluso en estados controlados por republicanos, los reconteos fueron claros sobre la validez del resultado. En algunos, incluso, se encontraron más votos por Joe Biden de los que se contabilizaron inicialmente. El voto popular favoreció abrumadoramente al actual presidente. Empero, esa narrativa no es conveniente para el autoritarismo creciente. Lo que ha ocurrido es que se han pasado leyes para restringir el voto, especialmente en estados con gran cantidad de votos de personas afroamericanas, y se han empleado otras tácticas para garantizar que no haya elección en la que el Partido Republicano tenga posibilidades de perder.
Si la democracia estadounidense termina por desmantelarse, el mundo quedará a merced de distintos tipos de autoritarismo. Todas las democracias liberales están bajo ataque y los gobiernos no parecen muy preocupados por tomar acciones para evitar más fracturas en las libertades individuales. Si no tomamos medidas decisivas de fomento de la democracia, lo que vimos hace un año tendrá ecos nefastos en los años venideros.
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