La impotencia ante los desastres

El Espectador
21 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
México es un amargo recordatorio de los retos que enfrentamos los humanos y lo difícil que nos queda responder a este tipo de tragedias. / Foto: AFP
México es un amargo recordatorio de los retos que enfrentamos los humanos y lo difícil que nos queda responder a este tipo de tragedias. / Foto: AFP

La impotencia que causan las imágenes de los desastres naturales que el continente americano viene sufriendo en el último mes no puede ser una excusa para evitar los debates difíciles que están de por medio. Los Estados deben hacerse un interrogante esencial para la sostenibilidad en el futuro inmediato: ¿estamos tomando todas las medidas necesarias para prevenir aquello que es prevenible y para enfrentar aquello que no lo sea? La respuesta parece ser que no.

Primero fue el huracán Harvey, que causó pérdidas históricas debido a su intensidad, que superó todas las expectativas. En Houston, Estados Unidos, los analistas estiman que los daños materiales ascenderán a entre US$30.000 y US$100.000 millones. Una de las ciudades más importantes de ese país vio cómo sus medidas de prevención fueron insuficientes para evitar la inundación. Cientos de miles de vidas quedaron marcadas y afectadas por la tormenta.

Ese es un ejemplo de la primera pregunta difícil que deben enfrentar los Estados del mundo: ¿Hemos planeado nuestras ciudades para evitar y enfrentar este tipo de desastres naturales? Lo ocurrido en Houston empeoró por la ubicación de la ciudad y por cómo se dio su desarrollo. Lo mismo puede decirse de muchas otras ciudades en el mundo. Aquí en Colombia tenemos el amargo recordatorio reciente de lo ocurrido en Mocoa, una tragedia que empeoró por la ausencia de planeación responsable.

La otra pregunta tiene que ver con la incidencia de los humanos en el cambio climático. Después de Harvey, los huracanes Irma y María también han superado expectativas y creado caos en el Caribe. El consenso científico explica que el aumento en la temperatura de la Tierra ayuda a que estas tormentas sean aún más fuertes. Es decir: los humanos estamos ayudando a la capacidad destructiva de la naturaleza.

Si esto es algo que tenemos la capacidad de contrarrestar, ¿qué esperan las naciones? Discursos prepotentes e ignorantes de la ciencia como el de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, que es replicado por fanáticos en todo el mundo, son un obstáculo perverso para los cambios necesarios en el comportamiento de las sociedades.

Además porque prepararse para lo prevenible permite también tener mejores recursos para enfrentar lo impredecible. Al cierre de esta edición se han reportado 248 fallecidos por el terremoto en México: 72 en Morelos, 117 en Ciudad de México, 43 en Puebla, 12 en el estado de México, tres en Guerrero y uno en Oaxaca. Los daños materiales y psicológicos en millones de mexicanos, además, son incalculables.

Un estudio publicado en la revista Nature en 2009 argumentó que hay un lazo, también, entre el cambio climático y la ocurrencia de terremotos. De nuevo, no es una causalidad directa, pero el mensaje es claro: no ayuda la hostilidad que nuestra especie ha mostrado contra los ambientes naturales.

México es, entonces, un amargo recordatorio de los retos que enfrentamos los humanos en la Tierra y lo difícil que aún nos queda responder a este tipo de tragedias. Ignorarlas no es la solución: tiene que ser una prioridad prepararse para los desastres naturales desde la planeación urbana en adelante. ¿Estamos haciendo lo necesario en Colombia?

Los discursos políticos muestran su ineficiencia ante problemas complejos con soluciones difíciles. Que no hablemos de esto sólo cuando la Tierra nos recuerda su poder destructivo.

 

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Por El Espectador

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