La mordaza mexicana

El Espectador
08 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
México necesita que sus periodistas puedan denunciar cómo el narcotráfico extiende sus tentáculos a todos los rincones de la sociedad. / AFP.
México necesita que sus periodistas puedan denunciar cómo el narcotráfico extiende sus tentáculos a todos los rincones de la sociedad. / AFP.

La libertad de prensa es una de las víctimas más recurrentes cuando la violencia sobrepasa el poder de los Estados para contenerla. México, que viene desde hace ya varios años con un problema desmedido por culpa de los carteles de la droga, es un país hostil para ejercer el periodismo. El cierre de un periódico en Ciudad Juárez la semana pasada no sólo es una denuncia desesperada de la situación que se ha salido de control, sino que es un atentado contra el derecho a informarse de todos los ciudadanos. Cuando, por el miedo, se silencia una voz, pierde el mundo entero.

El periódico Norte, de Ciudad Juárez, en el estado fronterizo de Chihuahua, publicó una carta de su propietario, Óscar Cantú Murguía, anunciando el cierre de su edición impresa y digital. En la misiva, Cantú escribe que “este día, estimado lector, me dirijo a usted para informarle que he tomado la decisión de cerrar este matutino debido a que, entre otras cosas, no existen las garantías ni la seguridad para ejercer el periodismo crítico, de contrapeso”, por lo que “este ejemplar que tiene es sus manos será la última edición impresa que Norte de Ciudad Juárez publique”.

La decisión no es caprichosa ni tomada en un vacío. En la misma carta, el propietario recuerda que “la trágica y sentida muerte de Miroslava Breach Velducea —colaboradora nuestra— el pasado 23 de marzo me ha hecho reflexionar sobre las adversas condiciones en que se desarrolla el ejercicio del periodismo actualmente. El alto riesgo es el ingrediente principal”. Breach estaba en su auto, preparándose para llevar a uno de sus hijos al colegio, cuando le dispararon ocho veces. La periodista era conocida por sus textos incisivos sobre corrupción, abusos de derechos humanos y la violencia de los carteles del narcotráfico.

Su caso, lastimosamente, no es aislado. Desde el 2000, por lo menos 102 periodistas han sido asesinados en México en delitos directamente relacionados con el desempeño de sus funciones. Sólo el año pasado fueron asesinados 11 periodistas. Después de la muerte de Breach se han registrado por lo menos dos ataques más a periodistas. Y el Estado mexicano parece incapaz de proporcionar la seguridad necesaria.

En Colombia no podemos ser ajenos a esta situación, que suena muy familiar a lo que vivimos los periodistas nacionales en las épocas de mayor influencia de los carteles del narcotráfico. El Espectador, a lo largo de su historia, tampoco ha estado libre de las tragedias que ocurren cuando los criminales se enfrentan al periodismo serio, crítico e independiente. Por eso expresamos nuestra solidaridad, no sólo con los colegas del periódico Norte, sino con todos aquellos que en México, pese al miedo y las amenazas, les siguen apostando a la transparencia y la búsqueda de la verdad.

La prensa libre, pese a todos los errores en los que caemos los medios de comunicación, es uno de los pilares que permiten tener una democracia robusta y hacerles vigilancia a los poderosos, así como a quienes prefieren la complicidad de las sombras para hacer lo que se les antoje. México necesita que sus periodistas puedan denunciar cómo el narcotráfico extiende sus tentáculos a todos los rincones de la sociedad, y para hacerlo necesitan protección y apoyo del Estado y de todos los ciudadanos. El cierre del Norte y la autocensura que produce el miedo son derrotas en la lucha por tener un país libre.

 

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Por El Espectador

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