La transición a energías renovables tiene que impulsarse desde una ambiciosa inversión pública acompañada de subsidios para fomentar las transformaciones en ámbitos privados. Es lo que ha servido en otros países, como Estados Unidos y varios de Europa, pero se trata de una estrategia tímida en Colombia, a pesar de los discursos rimbombantes. En ese marco, la lucha que Bogotá viene dando, desde hace un par de administraciones, por volver eléctrica su flota de buses de Transmilenio es necesaria. Y justo esta semana tuvimos buenas noticias en ese ámbito.
Todo el transporte público debería ser sostenible ambientalmente. No hay de otra. Saber que el parque automotor necesita actualizarse abre oportunidades de inversiones públicas que dinamicen el mercado y generen empleos. Adicionalmente, es una oportunidad para que el transporte sea más digno, con buses modernos, en buen estado y con tecnologías que faciliten el acceso a ellos. Las personas gastan una buena parte de su tiempo diario en el transporte público, por eso siempre es una buena inversión mejorarlo.
En ese aspecto Bogotá tiene un liderazgo clave. Ya la capital contaba con 483 buses eléctricos circulando y el Distrito acaba de anunciar la entrada en funcionamiento de 172 nuevos articulados. El servicio que se prestará en seis rutas incluye cubrir tres de las que antes eran realizadas por el SITP Provisional, reconocido por la mala calidad de los buses. Según la alcaldesa Claudia López, “con la entrega de estos buses contribuimos a la reactivación económica. Esta flota permitió la generación de más de 500 empleos directos, 1.400 empleos en la fabricación de los vehículos y 600 empleos en la construcción del patio”. La idea es que antes de que termine el año haya un total de 1.485 buses eléctricos funcionando en Bogotá.
Los beneficios son claros: con los buses que acaban de entrar se dejarán de emitir 1,5 toneladas anuales de material particulado. Cuando ya tengamos los 1.485 funcionando, se dejarán de emitir 94.300 toneladas de CO2 al año, la misma cantidad de lo que producen unos 42.000 carros particulares. El compromiso de la actual administración y de las pasadas con la actualización de la flota de buses debe celebrarse.
Aun así nos falta mucho. Colombia está muy atrasada en construir estaciones de carga para vehículos eléctricos particulares. La disponibilidad de estos para comprar es muy reducida y los híbridos, que son mejores que los normales, pero están lejos de ser ideales, son muy costosos. La exención en el pico y placa todo el día ha llevado a un aumento considerable en la venta de carros híbridos, pero Bogotá y el resto del país están en mora de una política energética ambiciosa. Ni hablar de los paneles solares para uso particular, comunes en Estados Unidos, que todavía están lejos de ser asequibles para los colombianos.
Durante la fallida reforma tributaria se habló de impuestos verdes que al final fueron abandonados. Los avances en generación de energía limpia de los que habla el gobierno de Iván Duque son también una buena noticia, pero se quedan cortos si queremos una transformación veloz y revolucionaria. Debería construirse un consenso político en esta época electoral: es momento de electrificar Colombia. Por el futuro del país y por la soberanía energética.
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