La ‘Operación Fronteras’

CON EL APOYO DE OFICIALES DE LA DEA, la Policía colombiana adelantó la exitosa ‘Operación Fronteras’ en la que cayeron 22 presuntos narcotraficantes, algunos de ellos pedidos en extradición.

El Espectador
09 de febrero de 2010 - 11:00 p. m.

En palabras de las autoridades nacionales, se trata del operativo de mayor importancia desde la ‘Operación Milenio’, que en 1999 permitió la captura de grandes capos del narcotráfico como Fabio Ochoa Vásquez y Alejandro Bernal. Un vivo ejemplo de que la inteligencia policiva y la cooperación rinden frutos en la lucha contra el crimen organizado.

La ‘Operación Fronteras’ tuvo como preámbulo una investigación iniciada hace tres años en la que participaron funcionarios colombianos y estadounidenses. Las detenciones de los sindicados de narcotráfico se dieron simultáneamente en ciudades como Bogotá, Cali, Bucaramanga, Ibagué, Barranquilla, Chía y Villanueva (Casanare). Sostienen las autoridades que los capturados pertenecen a grupos delictivos como los de alias Valenciano (de la Oficina de Envigado), los Hermanos Comba (Calle Serna), alias El Loco Barrera y uno de los denominados Mellizos (Miguel Ángel Mejía Múnera).

Los tentáculos de tan notorios delincuentes no se limitarían al plano nacional. Como ya es habitual en éste, que es un crimen transnacional, algunos nexos con las mafias de otros países habrían sido confirmados. Se dice que las personas capturadas operaban en 10 países del continente y que Patricia Rodríguez, detenida en Medellín, tenía relación directa con el cartel mexicano de Sinaloa. Junto a ésta, que es una pieza más del rompecabezas del narcotráfico y las estrechas relaciones que de tiempo atrás se tejen entre exportadores colombianos de coca y distribuidores mexicanos, se confirmó igualmente que 12 de los detenidos eran pilotos de aviones que transitaban la costa Pacífica, dueños y señores de sus propias rutas.

El golpe que se le asestó al narcotráfico con la ‘Operación Fronteras’ bien merece, entonces, un reconocimiento por parte de la ciudadanía. Los más escépticos sugieren, datos históricos en mano, que dada la rentabilidad del negocio pronto habrá quien ocupe las vacantes. Quizá tengan razón; para nadie es un secreto que la lucha contra el narcotráfico no ha dado los resultados esperados. Pero este no es motivo suficiente para permitir que la criminalidad prolifere hasta penetrar, como se ha visto que ocurre con facilidad, en las instituciones que componen el Estado.

Tan grande es, pues, el reto que tiene por delante la Policía que raya en lo absurdo la insistencia en el acoso sistemático al consumidor. Si este último golpe, tan publicitado como ningún otro en los últimos años, tiene alguna enseñanza que ofrecer habría que buscarla del lado de los guiños que el propio presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, le ha hecho a la posibilidad de una modificación en la política antidroga: los policías de las calles, sugirió, deben concentrar sus esfuerzos en el crimen organizado. Antes que el presidente Obama, por lo demás, las legislaciones de Ecuador, Argentina, México, Chile, Brasil y Bolivia han dado importantes avances en ese sentido. Y lo mismo ocurre con Europa, en donde el énfasis en la prevención y el tratamiento han hecho que se transite de las cárceles y los juzgados a los hospitales.

Entre tanto en Colombia se insiste tozudamente en la criminalización del consumo y la estigmatización de la cadena más baja del tráfico de estupefacientes. La batalla es contra el crimen organizado y en eso la Policía colombiana tiene, incluso, mucho que enseñar en otros países. Un intercambio de sabidurías bien valdría la pena.

Por El Espectador

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