El domingo anterior los electores escogieron como presidente de Costa Rica a Carlos Alvarado Quesada, un hombre joven, sensato e incluyente, frente a Fabricio Alvarado, un predicador evangélico a quien las encuestas daban como favorito. La posición de este último se había fortalecido en la primera vuelta, cuando quedó de primero gracias a un discurso intolerante frente al matrimonio de personas del mismo sexo. Sin embargo, su posición radical tocó fibras sensibles dentro de la sociedad, que salió a defender en las urnas una visión sensata en materia de diversidad sexual.
Alvarado Quesada, a sus 38 años, será el mandatario más joven en Costa Rica desde 1948. Representa al oficialista Partido de Acción Ciudadana (PAC), de centroizquierda, y triunfó a pesar de la impopularidad del presidente Luis Guillermo Solís, de cuyo legado se deslindó inicialmente. Sin embargo, ante la arremetida de Fabricio Alvarado, ajustó su estrategia y volvió por los valores del sistema tradicional que han mantenido los ticos en las últimas décadas. Pero su holgado triunfo, con más del 60 % de los votos, le coloca un peso adicional a su mandato, pues son varios los problemas acuciantes que padecen los costarricenses. Lo cierto es que en este caso, como en otros recientes, las encuestas volvieron a fallar.
Su oponente representó una nueva corriente política que ha crecido en América Latina. Su condición de exreportero de televisión, cantante evangélico y representante de una tendencia religiosa con un buen número de adeptos se montó en la cresta de la ola de la indignación popular. Una decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con sede en San José, conceptuó a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, poco antes de la primera vuelta. Fabricio, en nombre del evangélico Partido Restauración Nacional (RN), asumió de inmediato las banderas excluyentes. Su prédica dio resultado calando en sectores populares. De ahí su sorpresivo y meteórico ascenso en cuestión de días, que lo colocó como fuerte aspirante presidencial.
Lo cierto es que, conocido el resultado final, las cosas no van a ser sencillas para Carlos Alvarado. En primer lugar, contará tan sólo con diez diputados del PAC a su favor, y 47 que, en principio, le son adversos. De otro lado, los problemas graves abundan y el tiempo apremia. Precisamente, Solís llegó a la Presidencia en 2014 como una opción de cambio frente al desgaste de los dos partidos tradicionales y como una opción por fuera de la política tradicional. Todo indica que no cumplió con las expectativas generadas y así lo expresan las encuestas.
En el campo económico, el nuevo mandatario tendrá que enfrentar la grave crisis fiscal que padece el país. Según los analistas, “la deuda del sector público equivale actualmente al 49 % del PIB, el doble que hace diez años, y se estima que el déficit fiscal supere el 7 % este 2018”. No será sencillo su manejo, pues implicará acortar gasto público en momentos en que las condiciones de desigualdad han aumentado y los sectores marginales de la sociedad se sienten cada vez más excluidos. Este hecho hace evidente algo que no es fácil de aceptar por los costarricenses: que ya no son más la Suiza de América Central.
En materia social, la desigualdad ha aumentado sustancialmente. Crecen los cinturones de miseria en torno a las principales ciudades. Según el Gobierno, cerca del 20 % de la población vive en la pobreza. A lo anterior se suma la creciente inseguridad. La delincuencia organizada, vinculada al tráfico de drogas, ha elevado sustancialmente la tasa de homicidios. Las políticas de seguridad ciudadana no han logrado frenar este flagelo. En pocos meses, Carlos Alvarado deberá demostrar que puede cumplir con las expectativas por las cuales fue electo.
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