La subversión es reconciliarnos

Este país herido por la polarización, el resentimiento y los radicalismos sólo puede empezar a curarse en los hogares de todos los colombianos. Más allá de los múltiples significados religiosos que tienen estas fechas, deberíamos aprovechar que el ritmo disminuye y los diferentes se encuentran para hablar de reconciliación y preguntarnos qué vamos a hacer con esta Colombia que necesita reinventarse.

El Espectador
24 de diciembre de 2017 - 04:30 a. m.

En 2017 fue mucha la tinta que derramamos diagnosticando un país hostil, nerviosamente confrontado a todas las heridas abiertas de un conflicto armado que se sintió eterno y cuya violencia no desaparece, sino que se transforma.

Además, el estallido de hallazgos sobre la corrupción confirmó la desconfianza profunda que los colombianos tienen con las instituciones y ha difundido la idea de que, como sociedad, tenemos retos de funcionamiento sin solución aparente. Como dice Pablo Ramos en una cita que retoma Piedad Bonnett en su columna de hoy, “nuestro temor no es a la oscuridad, sino a la luz. Es decir, a que la oscuridad se ilumine”. 2017 ha sido el año de iluminar la oscuridad que muchos sospechaban, pero que no podíamos vislumbrar por la complicidad que construyen la impunidad y el silencio.

Todo lo anterior, sin hablar de los problemas culturales. La desigualdad de género siguió dejando víctimas mortales y los discursos que comenzaron con el movimiento antiacoso en Estados Unidos también han generado pugnas en Colombia. Las minorías siguieron siendo perseguidas y los debates morales, como aquellos en torno a la adopción por parte de parejas del mismo sexo y padres y madres solteros, están plagados de radicalismos que hacen imposible dialogar. La religión, mecanismo de salvación para muchos colombianos, ha sido instrumentalizada políticamente para dividirnos. En todo ese mar revuelto, las campañas políticas, con miras en el 2018, han atizado los odios y miedos.

Lo personal es político y viceversa. Por eso, todo lo que venimos mencionando no puede estar ajeno a las conversaciones que se sucederán en estos días entre familiares. Sin embargo, no podemos permitir que las diferencias apasionadas del debate público se vuelvan irreconciliables en los hogares.

Por el contrario, comenzar por un reconocimiento de las diferencias, pero también por la búsqueda de principios comunes, como el respeto por el otro, puede ser la clave para que el 2018 sea un año mucho menos tensionante y, por ende, más productivo.

La edición de hoy de El Espectador es una apuesta por servir de megáfono a las historias de reconciliación en Colombia. Para demostrar que en este país, acostumbrado a la retórica que divide, son muchos los que construyen desde el ejemplo y la confianza en que Colombia puede ser un sueño común, pese a las diferencias. Esperamos que los textos sirvan de inspiración y motivación para seguir intentando desarrollar un proyecto conjunto desde el 2018.

La reconciliación no sólo es posible; es necesaria. Durante demasiados años hemos permitido que el odio y la creación de enemigos dominen nuestra realidad política y, por ende, la manera de ver y entender al otro. Que estas fechas sean la oportunidad de hacer oídos sordos a los cantos de sirena de la división. No se trata de ignorar todo lo que está mal, ni eludir las preguntas tan difíciles que debemos resolver en el futuro próximo. Pero sí podemos recordar que todos estamos en el mismo bote y que es inútil seguir siendo esclavos de la violencia en todas sus manifestaciones.

Felices fiestas.

 

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Por El Espectador

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