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Por tercera vez en este 2018, los colombianos estamos hoy convocados a las urnas. Después de participaciones masivas en las elecciones al Congreso y a la Presidencia, sería una lástima que la consulta anticorrupción se caracterizara por la abstención. Colombia necesita convertirse en un país con una democracia comprometida y vibrante, sin importar de qué se trata la convocatoria.
La Corte Constitucional ha dicho que el abstencionismo es una manifestación legítima en las elecciones, especialmente cuando se trata de los mecanismos de participación popular. Sin embargo, en la práctica hemos visto que al país le va mucho mejor cuando los colombianos se acercan a las urnas y se hacen contar. La elección presidencial fue muestra de eso: no sólo tenemos un gobierno con un mandato popular sólido, sino que también hay una oposición legitimada por los millones de votos que obtuvo. Eso nos puede llevar a tener diálogos más provechosos y que le apunten a construir acuerdos entre posiciones dispares.
La consulta sobre la cual deben decidir los votantes es, más allá de sus postulados, una propuesta a ejercer democracia directa: si Colombia vota mayoritariamente a favor de lo propuesto y se pasa el umbral, le estaría dando por primera vez en el país una orden directa al Congreso y a la Presidencia de hacer algo puntual. Esa sola posibilidad es ya un motivo suficiente para participar.
Por supuesto, la consulta la tiene muy difícil. Para ser aprobada, debe haber por lo menos 12’140.342 votos válidos, correspondientes a un tercio del censo electoral. Si se alcanza esa cifra, las preguntas que tengan un “sí” mayoritario serán aprobadas. ¿Saldrán tantos colombianos a votar?
Una de las razones que se han esgrimido para disuadir del voto es que la consulta, por haber sido promovida por políticos particulares, les puede representar réditos individuales. Esa lógica, no obstante, nos parece equivocada por un par de motivos.
Primero, y principalmente, porque el tarjetón que verán hoy los colombianos no lleva fotos ni apellidos. Se trata, en cambio, de siete propuestas sobre un tema concreto que nos afecta a todos: la corrupción. El país ha sido convocado a las urnas y la Registraduría ha invertido una enorme cantidad de dinero como para que ahora digamos que no salimos a votar por temor a favorecer a un grupo político particular. El debate sobre la mesa es mucho más complejo.
Segundo, porque si bien es cierto que quienes han promovido la consulta han recibido atención mediática, ¿acaso no debería ser esa la consecuencia lógica de haberse echado al hombro la tarea titánica de recolectar millones de firmas y pedalear la aprobación de la convocatoria en el Congreso? Además, el Legislativo lo aprobó de manera unánime, enviando un mensaje claro: esto va más allá de los partidos.
Nuestra invitación es a votar, sea de manera positiva o negativa, y hacerse contar. También a interiorizar la rutina de ir a las urnas cada vez que haya posibilidad; a promover entre nuestras familias y amigos una cultura democrática que no se desentienda de las preguntas esenciales sobre nuestra sociedad. Sigamos el difícil proceso de consolidar nuestra frágil democracia.
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