Lecciones desde Chile en crisis

El Espectador
26 de mayo de 2018 - 03:30 a. m.
El desplome del catolicismo en Chile se debe al pésimo tratamiento que la Iglesia les ha dado a los casos de abuso sexual. / AFP
El desplome del catolicismo en Chile se debe al pésimo tratamiento que la Iglesia les ha dado a los casos de abuso sexual. / AFP
Foto: AFP - CLAUDIO REYES

La Iglesia católica en todo el mundo lleva varias décadas rodeada por rumores sobre abuso sexual de sus pastores a menores de edad, y posteriores encubrimientos. La actitud desde el Vaticano, en muchas ocasiones, ha sido la de proteger a toda costa a los perpetradores y fomentar el secretismo. Lo que viene ocurriendo en Chile con este tema es una muestra de que esa ha sido la aproximación incorrecta.

En el 2010, James Hamilton, José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz interpusieron una denuncia por abusos sexuales en contra del sacerdote Fernando Karadima, quien tenía fuertes lazos con la élite conservadora en Chile y mucho poder dentro de la Iglesia.

Hablando con BBC Mundo en el 2014, Cruz cuenta que llegó a Karadima a sus 16 años, después de la muerte de su padre. El cura, dice, “me dijo que iba a ser mi director espiritual y que Dios le había dicho a él que iba a ser mi nuevo papá. Yo pensaba que era un santo”. Pero después vinieron años de abusos sexuales y psicológicos por parte de Karadima. Cuando denunció, se encontró con una jerarquía de la Iglesia indiferente y que buscaba proteger al perpetrador. Sobre la cúpula religiosa dijo: “Lo que más me duele es la respuesta de los que nos tenían que proteger y cuidar, que se convirtieron en nuestros peores enemigos”.

Este 2018 ha sido el momento de reivindicación de las víctimas. Después de visitar Chile y dejarse acompañar por el cura Juan Barro, criticado por haber encubierto a Karadima, el papa Francisco tuvo que pedir perdón y ordenar una investigación. Los resultados han sido frustrantes: hay evidencias de intentos sistemáticos de silenciar a las víctimas de abusos sexuales. Por eso, la semana pasada el Vaticano les pidió la renuncia a 34 obispos chilenos, los cuales accedieron a presentarla. Se trata de un hecho sin precedentes.

Llega, no obstante, demasiado tarde. Después del anuncio de la renuncia de los obispos, estalló otro escándalo, llamado la Cofradía. Al parecer existía una asociación de curas y otros funcionarios de la diócesis de Rancagua que actuaban en conjunto para cometer y encubrir presuntos casos de abuso sexual, varios de ellos involucrando a menores. Fueron suspendidos 14 sacerdotes mientra la Iglesia realiza las investigaciones pertinentes.

Según las últimas encuestas, sólo el 45 % de los chilenos dicen pertenecer a la religión católica, una cifra que se ha desplomado estrepitosamente y que es atípica en América Latina (en Colombia, el 73 % de las personas se autodenominan católicas). Esto se debe a la pérdida de la confianza en las jerarquías de la Iglesia, al dolor que causan estos casos y a los esfuerzos del activismo laico por traer transparencia a una institución demasiado cómoda con el silencio.

Francisco se ha comprometido a expedir reformas y, en efecto, está tomando medidas históricas. Pero todavía abundan dentro de la Iglesia las personas que prefieren el secretismo y consideran que hablar abiertamente del problema es lastimar al catolicismo. Chile demuestra que esta posición es insostenible, además de cruel. Si no se aprende la lección, ¿cómo pedirles a los creyentes que sigan confiando?

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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