Eso no implica, por supuesto, que el profesor sea infalible y que no pueda ser criticado y cuestionado. Pero no hay lugar a insultar a los profesores por disentir de una u otra ideología, postura política, religión o movimiento. Por ello es cuestionable la actitud del expresidente Álvaro Uribe Vélez con dos profesores de la Universidad Libre, Seccional Pereira, a los que acusó de mentirosos por, simple y sencillamente, cuestionar a algunos prominentes uribistas por sus críticas —reales— a la tutela.
Sin contar el desorden en el que se convirtió el debate en el que Uribe, supuestamente, iba a dialogar con uno de los profesores cuestionados. Al final no hubo ningún debate y, en cambio, hubo denuncias de abusos por parte de la Fuerza Pública contra quienes se manifestaron por la presencia del exmandatario en ese centro educativo el pasado viernes 20 de marzo. Pero que lo coyuntural no nos haga olvidar lo estructural: la necesidad de respetar la libertad de cátedra en Colombia. Es importante garantizarles a los profesores la libertad de educar como mejor lo consideren. Y en ese caso hay que partir de la buena fe: creer que los profesores no van a abusar del espacio que se les ha dado y que no van a incurrir en prácticas violatorias de la ley ni en proselitismo político.
Pero ante posibles abusos hay que creer que los estudiantes tienen el poder de disentir y criticar lo que se les enseña. Porque estos no son tabulas rasas y personas sin criterio, sino sujetos cuyo pensamiento en formación les permite mostrarse en desacuerdo y debatir con su profesor. De hecho, eso es lo que se espera: un debate fuerte, argumentado y que, al final, produzca un beneficio para las dos partes. Así deben ser las clases modernas.
Pero no ir denunciando al profesor y que se abra una investigación en su contra por lo que dice en sus clases. De nuevo, la sanción social es superior en este sentido a la penal, o a la derivada de la persecución a ultranza. Ya ha habido varios casos en los que los profesores son cuestionados y amedrentados por algunos dirigentes y sectores de la sociedad por el simple hecho de disentir de sus posturas. Como si cuestionar a la autoridad y a quienes ejercen el poder fuera pecado. Pecado es no hacerlo. Y pecado es que, mediante el camino de la censura, se debilite a la academia.
En una carta escrita por el profesor Iván Giraldo, uno de los educadores señalados por el exmandatario, señala que se “trata de dejar en claro que la libertad de cátedra es inviolable y que por ninguna circunstancia un profesor debe ser objeto de improperios y malos tratos en razón al ejercicio de su labor académica dentro de los salones de clase”. Y agrega, citando a Albert Einstein, “dar ejemplo no solo es la mejor forma de educar, sino la única”.
En un evento de los años anteriores a la Guerra Civil Española que sigue sin esclarecerse, el general Millán Astray, fundador de la Legión Extranjera, dijo, al parecer, “mueran los intelectuales”. Lo hizo en la sede de la Universidad de Salamanca ante su rector, el escritor Miguel de Unamuno, quien respondió con altura a tales afirmaciones. Sea cierta o no la frase que durante años se le ha atribuido a Millán Astray, hay que decir que esta sociedad no puede convertirse en una persecutora de la academia sino, todo lo contrario, en su promotora. Y que si esta ha de ser cuestionada, que lo sea, pero con argumentos, no con improperios. Lo contrario es anteponer la fuerza, bruta al debate y a los argumentos. Y eso no puede suceder.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com. /