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En la carta que envió la embajada de Rusia en Colombia buscando la censura de un contenido difundido por W Radio hay un mapa de todo lo que calla la dictadura de Vladimir Putin. Es paradójico que la diplomacia de ese país busque darle clases a Colombia sobre libertad de expresión y discursos de odio, cuando el régimen de Putin y sus aliados es uno de los principales riesgos al periodismo libre en el mundo. Es útil leer lo que dice la embajada, especialmente aquello que oculta, al intervenir de manera tan descarada en asuntos internos de la soberanía colombiana.
A la embajada de Rusia le molestó que W Radio, en ejercicio de la libertad de prensa, entrevistara al exdiputado de la Duma rusa Ilya Ponomarev. Él es conocido por haber sido el único que votó contra la anexión unilateral de Crimea y ahora es parte de un grupo militar que asegura defender a Ucrania de la invasión rusa. La representación de Putin en Colombia dice que Ponomarev es “reconocido en Rusia como agente extranjero y buscado por la justicia”. Desde ahí empieza la doble moral.
La estrategia más común que utiliza el régimen de Putin contra los periodistas independientes y cualquiera que se atreva a criticar al Kremlin es graduarlo de agente extranjero. Lo que sigue es la utilización de un sistema judicial cooptado para llevar a cabo la apariencia de legalidad de las capturas. Por eso, Rusia ha visto un éxodo de sus voces disidentes, y las que no, como la de Alekséi Navalni, son encarceladas en condiciones inhumanas. Que la embajada invoque la herramienta de censura del régimen para buscar silenciar a una emisora en Colombia demuestra una agresiva injerencia en la democracia nacional que debería ser respondida con vehemencia.
En su comunicado, “la embajada insiste en que W Radio, como representante de los medios de comunicación colombianos, asume la total responsabilidad por el contenido que publique y por conceder su tribuna a tal tipo de personas ... Hay que trazar una línea muy clara entre la libertad de opinión y el coqueteo con la ideología de terrorismo”. De nuevo, es curioso que esa línea entre libertad y extremismo la trace a su antojo el régimen ruso, pues cualquier disidencia es tildada de terrorismo y la libertad aplica solo para los amigos del Kremlin. ¿Deberíamos en Colombia, entonces, dejar de reportear sobre los discursos en los que funcionarios de alto nivel del Gobierno ruso hablan de matar al presidente ucraniano, por ejemplo? Sospechamos cuál va a ser la respuesta.
Un informe reciente de Amnistía Internacional denuncia que “desde el mismo comienzo de la presidencia de Vladimir Putin, en 2000, las autoridades rusas han ido limitando gradualmente el derecho a la protesta pacífica, la información libre y el trabajo de la prensa, y han sancionado cada vez con más contundencia a quienes intentan ejercerlo, haciendo de la Federación Rusa una región donde la disidencia está prácticamente prohibida”. En Colombia, con todos los defectos y debates que tenemos, las libertades de expresión y de prensa siguen siendo derechos fundamentales que no vamos a poner en duda por los consejos de un régimen autoritario que los violenta.
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