Lo que nos dice otra reelección de Putin

El Espectador
21 de marzo de 2018 - 05:35 a. m.
Así es como las figuras mesiánicas pervierten la democracia y se valen del autoritarismo para asegurarse nunca perder. Eso no es democracia, es dictadura. / EFE
Así es como las figuras mesiánicas pervierten la democracia y se valen del autoritarismo para asegurarse nunca perder. Eso no es democracia, es dictadura. / EFE

Vladimir Putin obtuvo su reelección, lo que asegurará un cuarto período y, por lo menos, cumplir 25 años en el poder. Ni siquiera fue una competencia: 76,69 % de los rusos que votaron lo hicieron por Putin (56’411.688 votos), mientras que su opositor más cercano obtuvo 11,77 %, con menos de nueve millones de apoyos. Es una lástima, pues Rusia sigue convirtiendo su democracia en un espejismo y demostrando cómo las figuras mesiánicas y autoritarias sabotean el libre desarrollo de los países a los que dicen representar.

Colombia y el resto del mundo tienen mucho para aprender de lo que ocurre en Rusia. Aunque sobre el papel se trata de una democracia representativa y Putin ha mantenido su poder gracias al respaldo popular, las condiciones no están dadas para creer que los rusos han sido libres o que no se trata de una dictadura enmascarada. Varias de las elecciones que han confirmado a Putin en el poder han sido denunciadas de fraude, tanto por observadores internacionales como por críticos dentro del país. ¿La respuesta oficial? Indiferencia.

A propósito de los comicios de 2012, donde hubo abundante evidencia de problemas en la votación, The Guardian cuenta que “Putin aceptó casualmente que hubo fraude; Dmitri Medvédev (mano derecha de Putin) añadió que todas las elecciones en Rusia han sido fraudulentas”. Y no pasó nada más.

Eso es síntoma de un problema mucho mayor: la permanencia en el poder de la figura de Putin ha permitido la construcción de burocracias corruptas en todos los niveles gubernamentales. Cuenta Masha Gessen en sus varios libros sobre Rusia que todos los contactos de la ciudadanía con el Estado están mediados por la corrupción, al punto que se ha normalizado. Lo mismo aplica en los negocios privados, lo que explica que Putin sea, además, una de las personas más ricas del planeta. No hay nada que se haga sin el conocimiento del zar.

Además de esto, está el tema de la oposición. Putin ha gobernado con mano de hierro y se han establecido una serie de mecanismos legales, así como métodos ilícitos, para silenciar a quien se atreva a cuestionarlo. Lo vimos con el asesinato de un espía ruso en Inglaterra. Y, por ejemplo, en la carrera presidencial, los tres candidatos más fuertes de la oposición no pudieron competir, uno por una investigación de fraude, otro porque se tuvo que ir del país bajo amenazas y otro porque fue asesinado en 2015.

Lo escribió el intelectual búlgaro Ivan Krastev recientemente: “El verdadero atractivo de la democracia liberal consiste en que quienes pierden unas elecciones no tienen por qué preocuparse de perder nada más”. Rusia no es eso. Así es como las figuras mesiánicas pervierten la democracia y se valen del autoritarismo para asegurarse nunca perder. Eso no es democracia, es dictadura.

Haríamos bien los demás países en no creer que no nos puede ocurrir. ¿Burocracias corruptas? ¿Líderes autoritarios y mesiánicos que mueven masas de la población alrededor de sus odios y enemigos? ¿Oposición perseguida y silenciada? Si no defendemos y fortalecemos nuestra democracia, tan frágil, fácilmente podemos caer al abismo del autoritarismo.

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Por El Espectador

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