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La inacción estatal con los hipopótamos invasores es un fracaso rotundo. Como mostró Noticias Caracol esta semana, en Puerto Boyacá los pescadores han sido desplazados por los animales y ya se volvió costumbre convivir con ellos. No se trata de una escena idílica ni de celebrar: en cualquier momento los hipopótamos van a causar una tragedia humana, que se sumará a la destrucción del ecosistema nativo por su presencia durante casi tres décadas en el país. La abundancia de debates sobre el tema —con intervenciones cada vez más violentas desde el punto de vista retórico e incluso la persecución en redes sociales a las biólogas expertas que han participado de la discusión— no han dado una solución a un problema que solo sigue empeorándose con el tiempo. Una visión ecológica de lo que ocurre exige responsabilidad ética con todos los involucrados y no se puede descartar la necesidad de utilizar métodos letales.
La discusión sobre los hipopótamos es secuestrada rápidamente por la emocionalidad. Se entiende porque se trata de animales vistosos, que despiertan simpatía en los ojos humanos que los perciben. También, porque su llegada al país no fue su decisión, sino que es el producto del capricho de un hombre sanguinario que en un acto de arrogancia decidió mostrar su poderío trayendo especies no nativas. El complejo de Dios de Pablo Escobar ha salido caro para el país en múltiples áreas, pero una con efectos a largo plazo ha sido la presencia de los hipopótamos, que se han reproducido sin control. Durante años, la política oficial fue ignorar el problema, que lo empeoró. Si los gobiernos de turno hubiesen intervenido en su momento, tendríamos una solución digna. Pero eso ya no está sobre la mesa.
El asunto es complejo. Los más de 100 de hipopótamos que están en Colombia presentan múltiples peligros: dañan los ecosistemas, lo que pone en peligro de extinción a varias especies; representan un riesgo para cualquier humano que se cruce con ellos, y no hay una manera efectiva de controlarlos. Relocalizarlos es difícil y costoso para los hipopótamos más viejos e insuficiente para las crías; esterilizarlos es prohibitivamente caro, además de que representa una logística compleja. Biólogas han propuesto la opción letal, que suena mal, pero se utiliza con todas las especies invasoras. Sin embargo, distintas voces han trazado una línea inamovible en la arena y dicho que no se puede tomar esa última medida. Al hacerlo, en la práctica condenan el problema a perpetuarse.
¿Cuál es la decisión moral? No se puede argumentar que es estar en contra de tomar acciones letales, cuando se entiende que hay un equilibrio de derechos involucrados. Necesitamos soluciones prácticas y las hay sobre la mesa, pero tanto la administración anterior como la presente han mostrado una indecisión preocupante. Estamos presenciando la crónica de una tragedia anunciada, es momento de escuchar a las personas expertas y abandonar los radicalismos o, de lo contrario, la situación va a salirse de control.
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