Dijo el presidente de la república, Juan Manuel Santos, que “en el año que está a punto de empezar, Colombia podrá ver el amanecer de un país sin guerra, sin conflicto, en el que nuestra nación avance hacia su máximo potencial”. Más allá de las maromas que el Gobierno tendrá que hacer para crear las condiciones para que eso se cumpla, el verdadero poder está en los 1.101 alcaldes y 32 gobernadores que se posesionaron el pasado viernes. De ellos dependerá si los acuerdos de La Habana encuentran terreno fértil en las regiones o se enfrentarán a la típica burocracia estancada que ha dificultado en el pasado el avance del país.
Son pocos los motivos para tener esperanzas. Como lo advertimos durante todo el proceso electoral, las elecciones regionales sirvieron para que los partidos políticos avalaran manzanas podridas (políticos cuestionados o con problemas con la justicia) sin tener ninguna consideración por el bien colectivo, todo a cambio de capturar los concejos, alcaldías y gobernaciones y poder declararse triunfadores.
El resultado fue complejo. Vimos alcaldes elegidos pese a estar en la cárcel, alianzas extrañas entre partidos sin muchas afinidades y detrás de candidatos con cuestionamientos, perseguidores de la prensa libre, y victorias revanchistas que, en vez de construir sobre lo construido, prometieron entrar a arrasar con lo que hay y empezar de cero, como si las instituciones estuvieran subordinadas a quien las administra y no a una idea coherente de ciudades y departamentos. Según la Fiscalía, son 350 los alcaldes y siete los gobernadores que arrancan sus mandatos con deudas judiciales.
Sí, también presenciamos movimientos ciudadanos que coronaron dirigentes independientes y con ideas novedosas, comprometidos con la transparencia y el respeto de los recursos públicos, pero el problema es que incluso las mejores intenciones se pueden ver truncadas al necesitar la ayuda de las maquinarias burocráticas aceitadas con la corrupción.
El asunto es así: si todos los elegidos no se comprometen con cambiar la manera en que se hace política en Colombia, es poco lo que algunos proyectos aislados pueden lograr. Pero esa es la política que tenemos, y lo ideal sería hacer lo mejor con lo que se tiene.
Por eso, en este comienzo de año queremos darnos permiso de soñar con que se puede conseguir una Colombia mejor y para lograrlo les hacemos un llamado a todos los recién posesionados: atrévanse a cambiar la historia del país. Nadie conoce más que ustedes los lados perversos de la política regional y nacional, pero nadie está en una mejor posición para romper con esas dinámicas. Sin importar la ideología, el compromiso con los ideales democráticos y con la administración transparente debe ser contundente. En esta época de vacas flacas no puede perderse ni un peso. Es lo mínimo que les deben a sus electores.
Son muchos los retos que se vienen en el 2016. Si en efecto tenemos un acuerdo de paz firmado, la guerra, que sembró sus peores semillas en las regiones, debe también morir allí. Los desmovilizados y el resto de los colombianos necesitan entidades territoriales llenas de oportunidades y comprometidas con erradicar la desigualdad. Este es el momento para reinventarnos.
Y si, como es de esperarse, hay mandatarios que se oponen al proceso de paz, ojalá hagan ver sus objeciones en un debate público, pero siempre sabiendo que este esfuerzo histórico depende del actuar coordinado de todos los colombianos. De lo contrario, si un eslabón de la cadena se quiebra, corremos el riesgo de que todo se vaya al traste.
Bienvenidos, mandatarios. Les deseamos mucha sabiduría. Denles motivos a sus regiones para sentirse orgullosas.
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