Aparte de estos, entraña muchos otros males: el Estado mismo sufre, ya que sus procesos electorales internos, por dar tan sólo uno de los ejemplos, se dañan por cuenta del poderío de ocho años en cabeza del Ejecutivo. La independencia de los órganos se va al traste. No es fácil que un país tenga de buenas a primeras la opción de reelegir a su máxima autoridad administrativa por un período consecutivo. ¡Cuánto daño!
Enhorabuena, entonces, que sea el mismo presidente quien de nuevo anuncia que pretende acabar con esa figura. Aunque queda aún la duda de si la propuesta que pretende enviar al Congreso —una vez el órgano Legislativo reanude sus funciones— es la más conveniente, ya que, incluida la eliminación de la reelección, va también la ampliación de los períodos presidenciales a cinco o seis años. ¿No son cuatro suficientes? Y, no sobra preguntar, ¿por qué no se eliminó en el anterior período? ¿Por qué esperó tanto el presidente —hasta reelegirse— para que esto fuera una propuesta real?
En su historia, este espacio ha rechazado la posibilidad de la reelección inmediata. Sin embargo, nos hemos inclinado a favor de la no consecutiva. Dicho en cristiano, la posibilidad de que un expresidente pueda ser reelegido luego de que otro haya ocupado su vacante. Pero nunca un período tras otro. Incluso pueden ser los cinco o seis años que el presidente Santos está cavilando en estos momentos. Pero no así.
Ya tuvimos suficiente con la transformación del tan mentado “articulito”. Esa no es la forma seria de crear un entramado institucional. Pensar en la reelección de un funcionario como el presidente implica prever otros cambios institucionales para que no exista un desbalance: una democracia se precia de tener un sistema de pesos y contrapesos para que todo funcione en una armonía justa. No puede ser que por modificar una norma (que es mucho más que eso) metamos a este país en el embrollo de pensar y repensar la forma correcta en que las instituciones deben ser concebidas. Si eliminamos la reelección, pues bien. El sistema resuelve. Pero si ampliamos el período de un presidente a seis años, otro buen puñado de normas deben redefinirse para que exista una democracia institucional fuerte. Un esquema sólido.
Porque este cambio en la reelección no es ni de cerca la gran reforma política y electoral que está haciendo falta. Bien por la propuesta, pero quisiéramos saber qué otras modificaciones acaso tan urgentes se plantean para que limpiemos nuestro sistema de tantos males que en la elección que acaba de terminar lucieron exuberantes.