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Muertos de segunda

Toda muerte producto de la violencia, en especial si ésta viene de la mano de terroristas, debe ser lamentada y condenada por igual. Sobre este punto no puede haber discusión. Sin embargo, el desbalance en la información que dicho tipo de noticias generan es palpable.

El Espectador

30 de marzo de 2016 - 09:51 p. m.
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Tras la creciente ola de actor terroristas que han impactado al mundo en los últimos meses, se hace cada vez más evidente la existencia de una “jerarquía de la muerte”. La importancia y publicidad que tienen los hechos depende de una serie de variables que les confieren mayor o menor visibilidad. Luego del atroz atentado en Lahore (Pakistán), con más de 70 víctimas mortales y cerca de 350 heridos, es inevitable preguntarse por qué el mismo ha tenido menor trascendencia que los ocurridos en París o Bruselas.

Toda muerte producto de la violencia, en especial si ésta viene de la mano de terroristas, debe ser lamentada y condenada por igual. Sobre este punto no puede haber discusión. Sin embargo, el desbalance en la información que dicho tipo de noticias generan es palpable. Las atrocidades cometidas por Boko Haram, grupo que actúa con especial sevicia en cada una de sus incursiones en Nigeria, pero también en Camerún, Chad, Níger y Malí, ya no pasan de tener reseñas menores en los medios, especialmente en los electrónicos. Algo similar sucede con las sangrientas andanzas de Al Shabab, otro grupo fundamentalista islámico que opera especialmente en Nigeria y Somalia. Ni qué decir de la violencia en Siria, Irak, Líbano o Afganistán, por mencionar sólo algunos países, que se han convertido casi en hechos cotidianos.

El diario El País de España, haciéndose eco de la indignación expresada en las redes sociales ante el desbalance informativo por lo ocurrido en Pakistán, encontraba varias circunstancias para explicar esta indeseable jerarquización de la muerte. En primer lugar, que la proximidad del hecho tiene una relación directa con el interés que despierta en los ciudadanos. París o Bruselas son dos ciudades europeas importantes sobre las cuales hay un mayor conocimiento a nivel de la opinión pública en general, mientras que Lahore o Abuya, en Nigeria, no le dicen mayor cosa. De otro lado está la calidad de la información en la medida en que en los países desarrollados las grandes cadenas noticiosas cuentan tanto con corresponsales permanentes como con los medios tecnológicos para hacer un mayor cubrimiento. Además, en otras partes del mundo los problemas de idioma o desplazamiento terminan por convertirse en una limitante obligada.

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Algo similar, en otro contexto pero con relación directa, se podría decir de los cientos de personas que fallecen semanalmente en aguas del Mediterráneo tratando de huir de la guerra, del hambre o de ambas en sus países de origen. La mayoría han terminado por convertirse en dolorosas cifras estadísticas. Nada más. Salvo que la cifra de muertos en el naufragio sea muy alta o que se trate de una impactante imagen como la del niño sirio ahogado en una playa en Turquía que le da la vuelta al mundo, estos hechos no son ya registrados por la mayoría de los medios, ni la opinión pública demanda esa información.

Tal vez este debería ser el motivo de mayor reflexión. El no tener conocimiento de lo que sucede en otras partes del mundo, en la medida en que se trata de hechos ajenos que en principio no afectan al ciudadano común, termina permitiendo que los huevos de serpiente donde se han incubado los grupos fanáticos yihadistas, como el llamado Estado Islámico, Isis, sigan proliferando. Mientras tanto los fundamentalistas de Isis hacen un muy adecuado uso de las redes sociales para difundir sus mensajes de odio y terror, atrayendo así a cientos de jóvenes incautos que terminan encontrando una razón para sus vidas a través de la lucha armada o la inmolación terrorista.

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He aquí un reto que nos corresponde asumir a los medios para poder dar un mayor cubrimiento, no sólo a la consecuencias, sino a las causas de estos hechos internacionales. No es posible seguir aceptando muertos de primera o de segunda categoría.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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