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Nayib Bukele, presidente de El Salvador, tiene miedo. El tirano más popular de Centroamérica, que incluso cuenta con apoyo en Colombia, gracias a su manejo diestro de las redes sociales y su apoyo a las criptomonedas, se está enfrentando a un país fuera de control, sin soluciones a largo plazo y con una política monetaria improvisada e ineficiente. Las dos últimas noticias que llegan de El Salvador son descorazonadoras: el fracaso de la búsqueda de un préstamo al gobierno a base de bitcóin y la violencia desmedida que ha desencadenado en otro grado de autoritarismo. Bukele goza de un abrumador apoyo popular, pero debería recordar que todos los tiranos caen cuando su negligencia opaca sus aspavientos mediáticos.
El 26 de marzo de 2022, cuenta BBC Mundo, “fue el día más violento en la historia reciente de El Salvador: la jornada cerró con 62 salvadoreños asesinados, según el balance preliminar presentado por la Policía Nacional Civil”. Si se suman los muertos del siguiente día, un domingo, se llegaron a 80 cuerpos encontrados en el país. La reacción del presidente Bukele fue la esperada: represión, represión y más represión.
Logrando aprobar un estado de excepción, el gobierno salvadoreño dice que detuvo a unos 20.000 pandilleros. En discursos públicos, Bukele amenazó con reducir los derechos de los prisioneros, mostrando una supuesta mano dura. En respuesta, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dijo que el gobierno debería “revertir urgentemente todas las medidas que pongan en riesgo la vida e integridad de las personas que están bajo custodia”.
En el marco de todo esto, se aprobó una prohibición de reportar sobre las pandillas que en la práctica es una mordaza para los medios, a los que el tirano ha demostrado su desdén una y otra vez. El Faro, medio que ha padecido la ira y una campaña de desprestigio desde el Estado, escribió en un editorial: “En el proceso antidemocrático, de concentración de poder y de persecución a los críticos emprendido por el grupo que gobierna con el presidente Nayib Bukele, la legalización de la censura es un atentado contra las libertades de prensa y de expresión sin precedentes desde el fin de la guerra civil”. Estamos de acuerdo.
Paradójicamente, los gritos públicos de Bukele y sus bravuconadas en Twitter demuestran que tiene miedo. Una cosa es crear memes y ganar seguidores fáciles; otra, gobernar con eficiencia. Por ejemplo, su obsesión con el bitcóin, que le ha ganado popularidad y mucha atención en ciertos espacios entusiastas de las criptomonedas, sigue siendo una mala política económica. Fitch rebajó la calificación de El Salvador a CCC, el país está peleado con el Fondo Monetario Internacional, los inversionistas extranjeros se están preparando para un default y el presidente no ha conseguido los US$1.000 millones que busca a partir de vender bonos atados a la criptomoneda. Sin dinero, son grandes los problemas para Bukele y su combo.
Por ahora, Bukele tiene el apoyo de su amplia fanaticada en El Salvador y a escala regional, pero su violenta forma de gobernar y su autoritarismo lo han ido desgastando. Especialmente ha quedado en evidencia el miedo que le produce no tener soluciones novedosas a los problemas de antaño. Sangre y fuego es lo que se profesa en El Salvador. Ya sabemos muy bien cómo termina eso.
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