Necesitamos un plan ambicioso para los refugiados

El Espectador
22 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.
Los desmanes que se presentaron en un albergue en Bogotá son solo una muestra más de que la situación se sigue calentando y que las autoridades se están quedando cortas en su manera de enfrentar la crisis. / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador
Los desmanes que se presentaron en un albergue en Bogotá son solo una muestra más de que la situación se sigue calentando y que las autoridades se están quedando cortas en su manera de enfrentar la crisis. / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

La migración de refugiados venezolanos hacia Colombia es una realidad que no va a desaparecer por más que los líderes políticos y muchos colombianos quieran creer que todo se soluciona con paños de agua tibia y una complicidad sutil con la xenofobia. Los desmanes que se presentaron en un albergue en Bogotá son solo una muestra más de que la situación se sigue calentando y que las autoridades se están quedando cortas en su manera de enfrentar la crisis. Tanto en el ámbito nacional como el regional, es momento de implementar un ambicioso plan de asimilación que le otorgue oportunidades a la abrumadora mayoría de refugiados que se comportan de manera pacífica y que ayude a tranquilizar los miedos de los colombianos.

Esta semana se supo de los desmanes que se presentaron en un albergue para refugiados venezolanos organizado por la Alcaldía de Bogotá. El Esmad tuvo que intervenir, se destruyeron carpas, se incautaron armas cortopunzantes y droga, se expulsó del país a 15 venezolanos involucrados con los disturbios y los vecinos de la zona insistieron en sus deseos de que el campamento sea movido a otro lugar. Aunque los enfrentamientos son inusuales, lo demás es lo mismo que enfrentan todos los campamentos de migrantes: rechazo vehemente por parte de los vecinos colombianos, ayuda por parte de las autoridades condicionada por la amenaza de la fuerza a quien no se comporte y una frustración constante para los refugiados que no pueden normalizar su situación.

Eso no puede continuar así. Colombia se ha convertido en un país de recepción refugiados y debe estar a la altura de este reto histórico que nos exige empatía. Para responder adecuadamente, hay que entender el problema.

Por una parte, es necesario comprender que la mayoría de los refugiados vienen de un régimen asistencialista y, por ende, la respuesta del Estado colombiano no puede ser más asistencialismo. Desafortunadamente esa ha sido la actitud hasta ahora.

Lo que necesitamos es un plan completo de integración: dar oportunidades de educación a los niños, brindar acceso a salud y legalizar la situación de los adultos para que puedan aplicar a trabajos dignos. Por ejemplo, que los permisos de permanencia especial solo se otorguen en períodos determinados deja a muchos refugiados indocumentados durante varios meses, lo que a su vez fomenta que entren a la economía informal o necesiten el asistencialismo. Colombia puede hacer que esta migración masiva sea productiva para el país, pero los gobiernos en todos los niveles no han mostrado interés por hacerlo.

Por otra parte, no se puede permitir que el sentimiento de xenofobia siga creciendo entre los colombianos. Para eso, es momento de abandonar la narrativa de “víctimas” y “agresores” que ha convertido este debate en mero maniqueísmo. Es apenas natural que los vecinos de los campamentos se sientan temerosos; también es verdad que unas cuantas personas migrantes que delincan manchan el nombre de todo el grupo. Es muy útil hacer jornadas de sensibilización, de acercamiento; crear conversaciones masivas para que el país entero pueda cambiar su manera de percibir la crisis.

La historia nos ha enseñado, en Colombia y en el mundo, que cuando se fomenta el “narcisismo de las pequeñas diferencias” que denunció Sigmund Freud, la violencia es el desenlace natural. No cometamos ese error.

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Por El Espectador

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