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No aclaren, que oscurecen

BENEDICTO XVI CUMPLIÓ EL LUNES SUS primeros cinco años de papado con muy pocos logros y demasiados escándalos a cuestas.

El Espectador
19 de abril de 2010 - 11:00 p. m.

Estos últimos se derivan de sus desafortunadas declaraciones, amén de la creciente ola de denuncias y señalamientos frente a los casos de abusos cometidos por sacerdotes, que dejan un balance muy deficiente en su primer quinquenio al frente de la Iglesia católica.

Iniciado su pontificado equiparó al Islam con la violencia. Más adelante, revivió el retardatario Lefebvrismo para reivindicar la misa en Latín y a un grupo de sacerdotes, entre los cuales se encontraba el obispo Richard Williamson. El mismo que aprovechó el momento para minimizar, una vez más, las graves consecuencias del Holocausto. Y, como si todo lo anterior fuera poco, un tiempo después dijo en África que el uso del preservativo no solucionaba el problema del sida. Las airadas reacciones de las comunidades musulmana, judía y anglicana, así como de varios gobiernos europeos, fueron contundentes.

Lo anterior evidenciaba el talante conservador del Pontífice demostrado en su férreo desempeño, durante 24 años, como prefecto de la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición. La esperanza de que tras Juan Pablo II se iniciara el urgente proceso hacia una Iglesia moderna, que asumiera aspectos sensibles como la reforma de la curia, el apremiante tema del celibato, el relevante papel de la mujer, acorde con los nuevos tiempos, así como las sanciones por los abusos sexuales, quedaron en el limbo.

Es precisamente este último tema el que lo tiene en la picota pública. Son demasiadas las pruebas y testimonios sobre el vergonzoso y censurable papel que ha jugado el Vaticano en uno de los capítulos más oscuros de su historia moderna. Justo el propio Obispo de Roma dijo hace un par de años que “un culpable de pedofilia no puede ser sacerdote”. Sin embargo, y debido a las presiones externas, apenas ayer se supo oficialmente que mientras la justicia divina “fallaba”, se entregaría a la penal a los sospechosos de estos aberrantes casos. No puede ser otra la solución inmediata.

El serio teólogo alemán Hans Küng, ha descrito con suma claridad la actual encrucijada: “La veracidad exige que el hombre que desde hace décadas es el responsable principal de la ocultación a nivel mundial (de los casos de pederastia), concretamente Joseph Ratzinger, entone su propio mea culpa”, en vez de “lamentar una campaña contra su persona”.

Sin embargo, sus defensores de oficio tapan un error con otro haciéndole un flaco favor a la verdad y a la Iglesia. Primero, el Predicador Pontificio comparó, el Viernes Santo, la reacción generada contra el Papa con el antisemitismo. Luego fue el cardenal Bertoni, quien dijo en Chile que los problemas de pederastia no eran derivados del celibato sino de la homosexualidad. En ambos casos, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, debió salir a corregir la plana. Por último, el escándalo llegó hasta monseñor Darío Castrillón, quien envió en 2001 una carta de felicitación a un obispo francés por no denunciar ante la justicia civil a un sacerdote acusado de pederastia. Lombardi dijo que esa no era la política del Vaticano, y Castrillón respondió que la carta contó entonces con la bendición de Juan Pablo II. Si esta es la verdad, compromete gravemente al anterior Pontífice, pues corrobora que cohonestó este tipo de conductas criminales.

En lugar de tratar de “aclarar” cosas, para oscurecer aún más el ambiente, la actuación del Papa y de su entorno tiene que ser transparente, como lo señala Küng: un reconocimiento de culpa del Pontífice en su caso personal, que en efecto se procese a los sacerdotes acusados ante la justicia penal y que se inicie, por fin, el anhelado proceso de cambio en una Iglesia que se ha quedado atrás de sus feligreses.

Por El Espectador

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