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Fue una semana trágica. El sueño de tener un país en paz se estrelló con la cruda realidad: todavía existen actores armados ilegales a los que no les tiembla el pulso para acribillar inocentes. Ante eso, la única respuesta es la fuerza acompañada de la esperanza y la apuesta inquebrantable por crear una sociedad donde la violencia no se lleve todos los titulares.
El 26 de marzo pasado, cuando pasaban un retén militar en la zona conocida como Mataje, provincia de Esmeraldas, en la frontera entre Ecuador y Colombia, tres periodistas fueron secuestrados. Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, que trabajaban para el periódico El Comercio de ese país, fueron retenidos por miembros del frente Oliver Sinisterra. Se trata de una de las tan mentadas y perseguidas disidencias de las Farc, que apoyadas en el narcotráfico desperdiciaron la oportunidad histórica de reinsertarse a la vida civil y siguen operando en la lógica perversa del conflicto.
El viernes pasado, después de mucha especulación, se confirmó lo peor: los tres periodistas fueron asesinados. La decisión la tomó Wálter Patricio Arizala, alias Guacho, el líder del frente. En un comunicado, el grupo dijo que no era su intención cometer el crimen, pero que no tuvieron otra opción por la persecución de las autoridades. ¿Cuántas veces no hemos escuchado las mismas excusas crueles y vacías? ¿Cuánto tiempo más tendremos que lidiar con criminales de este tipo?
Ecuador, un país que no ha tenido que sufrir violencia similar, está de luto y en shock. Los entendemos y los acompañamos. Como dijo el ministro de Defensa colombiano, Luis Carlos Villegas, “Colombia entiende perfectamente el dolo y el sufrimiento que hemos encontrado hoy en la sociedad ecuatoriana”. Esa pérdida la sentimos como nuestra, el dolor sigue haciendo eco en nuestro presente. Expresamos nuestras condolencias a las familias de las víctimas y a nuestros colegas de El Comercio.
Este es, además de todo, un atentado contra la prensa. Persiste la arrogancia de quienes quieren silenciar a personas que, armadas con cámaras y lápices, sólo pretenden arrojar luces allí donde abunda la oscuridad. Cuando matan a un periodista nos atacan a todos; hieren la democracia y la libertad de nuestras sociedades.
Esperamos que la respuesta de las fuerzas militares sea contundente, firme e inteligente. Las disidencias siguen con la terquedad de creerse invencibles. Ante eso, el Estado sólo puede seguir librando la guerra con vehemencia. No nos queda otra salida.
Además, estos no fueron los únicos asesinatos ocurridos la semana pasada. El clan Úsuga mató a ocho policías que estaban acompañando el proceso de restitución de tierras en Urabá. Por su parte, el Eln acribilló a dos líderes sociales del Chocó. Seguimos en guerra. La esperanza de paz está bajo ataque.
Aun así, no podemos permitir que la desazón domine la conciencia nacional. Cada una de las víctimas de esta semana que termina estaba, a su manera, trabajando por construir sociedades pacíficas, democráticas, diversas. Homenajearlas es redoblar nuestro compromiso con ese fin. Era de esperar que nuestra historia violenta no acabara fácilmente; lo que vemos, esperamos, son los últimos coletazos de criminales a los que los dejó el tren de la historia. Sigamos avanzando.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Por El Espectador
