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No, la barbarie no es revolucionaria

El Espectador

21 de marzo de 2024 - 09:00 p. m.
¿Con qué cara le hablan al país de reivindicaciones sociales si se financian con el narcotráfico y se aprovechan de la generosidad del Gobierno actual?
Foto: EFE - Ernesto Guzmán

Estaban pidiendo que les devolvieran a un niño reclutado a la fuerza. Esa fue la razón por la cual miembros del Estado Mayor Central (EMC) —la disidencia de las FARC liderada por alias Iván Mordisco— dispararon sus fusiles y asesinaron a tres indígenas en Toribío (Cauca). Entre las víctimas estaba la mayora Carmelina Yule Pav, referente de la comunidad. Las personas asesinadas solo tenían bastones; sus verdugos portaban armas con las que dicen que pretenden liberar al pueblo. Hizo bien el presidente de la República, Gustavo Petro, en responder con firmeza y rabia a lo ocurrido y levantar el cese al fuego con este grupo criminal en Cauca, Valle del Cauca y Nariño. ¿Qué tienen de revolucionarios el secuestro, la extorsión y el asesinato de personas que solo exigen dignidad? ¿Con qué cara le hablan al país de reivindicaciones sociales si se financian con el narcotráfico y se aprovechan de la generosidad del Gobierno actual?

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La ambición de la paz total del presidente Petro es una idea loable y necesaria. Colombia necesita desarmar a todos los grupos que tienen paralizado el territorio. Eso implica, por usar un término popularizado durante las negociaciones con las FARC, “tragarse sapos”. Empero, todo indica que un sector del EMC, el más influyente y con lazos directos al narcotráfico, ha aprovechado este tiempo solo para fortalecerse. Un informe del Gobierno cuenta que el año pasado los reclutamientos aumentaron el pie de fuerza del grupo en por lo menos un 9 %. El 75 % de las violaciones al cese al fuego pactado con el Estado ocurrieron en el Cauca. Para completar, Iván Mordisco y compañía tienen una larga historia de horror. El comandante del grupo era famoso en las FARC por sus extorsiones, reclutar menores de edad y fomentar la minería ilegal. Es tiempo de endurecer el trato.

Esta semana, el presidente Petro fue claro en su discurso. Sobre Mordisco dijo: “Ahora está matando dirigentes campesinos, está asesinando al pueblo y habla de revolución. ¡Qué revolución ni qué carajos! Es un traqueto vestido de revolucionario”. Tiene toda la razón. Sin voluntad clara de paz, el Estado no puede abandonar a las poblaciones. Nadie quiere la guerra, pero ante el crimen la respuesta debe ser contundente.

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En respuesta, Mordisco lanzó, sin pruebas, que apoyaron en su momento la candidatura del presidente. Esas declaraciones, que han sido instrumentalizadas por un sector de la oposición política, no deben distraernos del fondo del asunto: siguen matando colombianos.

La llegada del presidente Petro a la Presidencia sirvió para desnudar los discursos vacíos de los supuestos revolucionarios. Tenemos a una persona que le apostó a la institucionalidad y, gracias a la democracia, hoy representa a todos los colombianos en la Casa de Nariño. El Gobierno ha sido claro en que quiere llegar a acuerdos negociados y ha volcado todo su trabajo para conseguirlo hasta el punto de la ingenuidad. Quienes no aprovechen esta oportunidad están enviando un mensaje inequívoco: lo suyo es el crimen y el terror. Dejan al Estado sin opción distinta a la persecución.

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