Es inaceptable el atentado contra el Ejército, este fin de semana, que dejó a cinco uniformados muertos en Arauca. También son inaceptables las acusaciones temerarias e infundadas de Vladimir Padrino, ministro de Defensa de Venezuela, en contra de Iván Duque y las instituciones colombianas. Esa zona de frontera, cada vez más sumida en un conflicto complejo entre disidencias, el Eln, las mismas fuerzas ilegales venezolanas y el Ejército colombiano, es un motivo de preocupación constante. Estamos volviendo a ver los horrores que eran típicos en los peores momentos de la guerra. No se puede hablar de normalización de relaciones con el país vecino mientras no haya un reconocimiento por parte del régimen dictatorial de su complicidad, al menos por omisión, con los grupos que encuentran refugio en su territorio para hacerle daño a Colombia.
El sábado, el presidente Iván Duque escribió en su cuenta de Twitter: “Lamentamos y condenamos el cobarde ataque terrorista contra un pelotón de nuestro Ejército en Arauca. Nos duele el asesinato y la lesión de varios de nuestros héroes. Esto, claramente, se trata de un acto entre Eln y las disidencias de las Farc planificado desde Venezuela”. Aumentando la información, en un comunicado oficial, el Ejército Nacional confirmó la muerte de cinco militares y dio detalles sobre lo ocurrido: “En un hecho indiscriminado, es atacada una unidad nuestra con artefactos explosivos, ráfagas de fusil y ametralladora por parte de los criminales del grupo armado organizado Eln”. Es, a todas luces, un acto atroz que merece el rechazo de todos en Colombia. No podemos volver a la época de la violencia cruel contra quienes todos los días trabajan por defender a los colombianos.
El repudio al acto es doble por su sevicia y por tratarse de una zona en conflicto donde está creciendo el poder de los grupos armados al margen de la ley. Durante años, Arauca ha sido un departamento cercado por la corrupción, los escándalos, la falta de presencia estatal y la abrumadora fuerza de los armados que censuran a periodistas, políticos y organizaciones de la sociedad civil. Ahora, debido a la porosa frontera con Venezuela y la ambivalencia del régimen de ese país con los grupos armados al margen de la ley, es uno de los principales focos de batalla para evitar el resurgimiento del conflicto. El futuro de la paz de Colombia necesariamente pasa por Arauca y, hasta ahora, el diagnóstico es reservado.
Por eso es tan curiosa y peligrosa la reacción de Padrino. El presidente Iván Duque no responsabilizó al gobierno venezolano, pero dijo algo que tanto la inteligencia colombiana como verificadores independientes han dicho: las disidencias y el Eln se pasean como Pedro por su casa en territorio de Venezuela. Sin embargo, el ministro de Defensa de Maduro utilizó Twitter para acusar al Gobierno colombiano de plantar un “falso positivo” para poner en tela de juicio los diálogos de México (entre la oposición y el régimen), y dijo que “juegan con candela con el blof de mover tropas a nuestra frontera”. También lanzó calumnias contra el mandatario colombiano que no vale la pena ni siquiera reproducir.
La dictadura venezolana, entonces, le sigue apostando a la ignorancia selectiva. Con todos los reflectores encima debido al diálogo que adelanta con la oposición y que hemos apoyado, no reconoce sus propias falencias ni los evidentes problemas que representa tener en su territorio a grupos armados al margen de la ley. Con suma deshonestidad, culpan a la diplomacia colombiana, que ha abogado por la democracia en el país vecino, de sus propias incapacidades. Insistimos: no se ha dicho que el régimen esté detrás de los ataques, pero su complacencia con los criminales en Venezuela no ayuda. Frente a esa realidad, el rechazo contundente es la única opción posible para Colombia.
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