De hecho, después de las pasadas elecciones presidenciales, muchos le auguraron la muerte. Otros cuatro años más por fuera del poder parecía demasiado tiempo y lo hubiera sido, en especial después de la triste votación que recibió Rafael Pardo en las elecciones de mayo. Sin embargo, de la manera más inesperada, el presidente Santos no sólo conformó la coalición bajo la sombrilla de la unidad nacional sino que asumió una línea mucho más roja que azul en su programa de gobierno. La ley del primer empleo, la ley de víctimas y la de tierras fueron siempre liberales, como también lo fueron varias modificaciones tributarias que ha adelantado el Ministerio de Hacienda. César Gaviria y Horacio Serpa han renovado su influencia y, bajo una dirección más acertada que su candidatura, Pardo está posesionando el partido que ahora, de la mano con Cambio Radical, seguramente hará un trabajo significativo y disciplinado en el Congreso.
¿A qué se debió el cambio de rumbo? Algunos analistas sugieren que, como buen estratega, Santos prefirió alejarse de partidos que, como el Conservador y el de la U, iban a estar inmersos en varios procesos por corrupción después de ocho años en el gobierno y alinearse mejor con unos que, por vivir la escasez propia de la oposición, habían logrado despojarse de mañosos gamonales. Otros analistas sugieren que tal movimiento era inevitable pues finalmente los liberales, junto con Cambio Radical, son los dos únicos partidos de la Unidad que de hecho tienen agendas programáticas. También están los analistas más moderados que sostienen que el presidente Santos, contrario a lo que se viene sugiriendo, tiene contentos no sólo a los liberales sino a todos sus aliados y que salvo algunas voces dispersas, en particular del Partido Conservador que se ha quedado sin líderes fuertes y visibles, la Unión está funcionando y dará buenos resultados.
Tal como van las cosas, los analistas parecen todos tener algo de razón. El giro liberal y progresista sí se ha dado y tiene disgustados, como era de esperarse, a algunos de los miembros más insignes del Partido Conservador y del Partido de la U, quienes ahora están reivindicando su ideología y hablan de echar para atrás proyectos del Gobierno y avances de la Corte Constitucional. También están disgustados algunos miembros cuyas cuotas burocráticas han mermado y, en general, la Unión se ha dividido en dos facciones: unos, los que presentan los programas y, otros, los que los resisten. No obstante, la divergencia no parece sugerir fracturas, independientemente del ruido de algunos congresistas que, por lo demás, se ha magnificado.
La Unidad Nacional seguramente va a continuar y con ella el buen futuro de varios de los proyectos del Gobierno, a pesar de algunos tropiezos iniciales. También va a continuar el predominio de los programas sobre los personajes y la calma del Presidente frente a las diferencias incluso al interior de sus propios aliados. Todo esto con consecuencias muy positivas para la política del país. Los liberales y Cambio Radical se consolidan llevando la bandera por sus ideas lo que hará, de manera inevitable, que los otros partidos asuman la misma estrategia. El hecho de que algunos conservadores hayan sacado a relucir sus tradicionales valores en las últimas semanas, y se hable ya de una “ola goda”, es el síntoma más claro de que no sólo de favores se hablará en la política. Cierto, las reivindicaciones son todavía torpes, improvisadas y sin norte, pero lo que parece claro es que las ideas se han hecho de nuevo necesarias y los partidos que no las tengan enfrentarán dificultades, por lo menos, en los poderes nacionales.