Otra forma

Harto se ha hecho en Bogotá para intentar reducir la criminalidad casi connatural que se da en las zonas más deprimidas de la ciudad. Allí donde se reúnen los habitantes de la calle y van creando zonas prácticamente vedadas para el resto de los ciudadanos. Allí donde se gestan los robos, el consumo de drogas y la marginalidad absoluta.

El Espectador
04 de marzo de 2013 - 10:01 p. m.

De tres formas se ha buscado hacer llegar al Estado: una ha sido en términos de fuerza legítima, como lo hizo Enrique Peñalosa, inspirada en la teoría de las ventanas rotas: sacarlos, demoler el Cartucho y construir el Parque Tercer Milenio. Con esto se pondría más bella esa parte de la ciudad y se reduciría, por ende, el crimen que allí se vivía. La idea —válida, no sobra decirlo— sin embargo fracasó. Los habitantes del Cartucho y sus expendedores migraron, se fueron a colonizar otras zonas.

Otra fue asistir a los habitantes del llamado Bronx, como lo planteó Lucho Garzón y lo mantuvo Samuel Moreno: bañarlos, desparasitarlos, alimentarlos. Con esto se atendió en términos de impacto de la pobreza, pero la problemática de fondo no se transformó en lo absoluto.

La tercera reposa en el escritorio del alcalde actual, Gustavo Petro. El Centro de Estudio y Análisis en Convivencia y Seguridad Ciudadana (Ceacsc) está desarrollando un proyecto de salud piloto en el que se sustituye el bazuco por la marihuana. De esta forma, los usuarios “problemáticos” —distinción importante que debe hacerse en materia de salud— podrían salirse del círculo vicioso que supone el bazuco: ansiedad, agresividad, euforia, depresión, compulsión, anorexia, diarrea crónica, insomnio, paranoia y consumo repetido. El bazuco es una droga devastadora, usada por gran parte de la población indigente de Bogotá. De los 7.000 consumidores que se estiman, la mitad, por lo menos, y según los estudios, incurre en el crimen para poder consumirlo. La marihuana proveída por el Distrito, en estricta vigilancia de su consumo, podría aliviar estos efectos.

En este panorama, el Estado, entonces, se concibe como institución completa: que llega para llenar con derechos a los habitantes. Empezando por el primordial, la salud, que es el que está en juego a la hora del consumo de bazuco. Y, partiendo de ahí, intentar construir un círculo virtuoso pionero en el trato y la asistencia social a la población más pobre de esta ciudad.

La pregunta pertinente —nos la hacíamos el domingo pasado (“Marihuana, ¿la receta contra el bazuco?”)— es si funciona o no, comparada con el uso terapéutico de la metadona para los usuarios problemáticos de heroína: ¿será igual de eficaz? No lo sabemos. Y esto, probablemente, sea el primer punto que aborde el programa piloto: no solamente respaldarlo con la muestra representativa que se implementará sino también con estudios serios que sepan informar la mejor forma de tratar a los consumidores problemáticos.

Es importante que este tipo de esfuerzos se den desde la capital del país. Que empiece a cambiarse la mentalidad fracasada de combatir no sólo la producción de drogas sino también a los consumidores. El efecto secundario de las drogas, cuando han sido prohibidas y proscritas, es devastador: se uniforma a los consumidores, se los persigue, las drogas se rinden y se les baja la calidad (lo que atenta más contra la salud), entre muchos otros.

Esta otra forma, que descansa en el despacho del alcalde, puede ser una solución: una más humana, al menos. Esperamos que la idea fructifique en un programa serio, técnico, con indicadores de éxito, que tenga en cuenta el margen de error. No podemos darnos el lujo de equivocarnos en algo tan delicado, pero vale la pena el riesgo.

Por El Espectador

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