Otra vez la inútil cadena perpetua

El Espectador
07 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.
Para hablar de proteger a nuestros niños no es útil convertir el sistema judicial en un mecanismo de venganza. / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador
Para hablar de proteger a nuestros niños no es útil convertir el sistema judicial en un mecanismo de venganza. / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador

La cadena perpetua es el comodín al que recurren los colombianos, en particular los líderes políticos, ante la impotencia y la frustración que despiertan las tragedias contra menores de edad. Está tomando vuelo la idea de aprobar la medida a como dé lugar, e incluso se habla de convocar a un referendo que una al país alrededor de la propuesta. Con el apoyo del presidente Iván Duque y de diversas fuerzas políticas, es probable que este tema monopolice el debate nacional los próximos meses. Sin embargo, no deja de ser un error.

El caso de Génesis Rúa es terrible. Por el trabajo de Medicina Legal, todo parece indicar que Adolfo Enrique Arrieta la violó, asesinó e intentó incinerar su cadáver. Desde su captura en flagrancia por parte de las autoridades, Arrieta está intentando argumentar que no recuerda nada de lo ocurrido, pidiendo una evaluación psicológica. Mientras tanto, la Fiscalía está comprometida con obtener la mayor condena posible, lo que implicaría que Arrieta estaría más de seis décadas en la cárcel.

Ese último dato empieza a demostrar la inutilidad de la cadena perpetua. La realidad es que en Colombia, de facto, para los delitos de violación y asesinato contra menores de edad ya opera una condena que lleva a los agresores a una vida entera en la cárcel. ¿Qué ganamos con unos años más?

Una respuesta habitual a esa pregunta es el simbolismo. El argumento va así: si la ley habla de cadena perpetua, el mensaje es claro y se logra disuadir a los posibles agresores de cometer los crímenes. El problema es que eso es falso. Como lo han dicho expertos en múltiples ocasiones, la severidad de la pena no consigue infundir temor en los agresores. Entonces, no vamos a evitar que casos como el de Rúa sigan ocurriendo.

Si se trata, entonces, de simplemente castigar el acto, los discursos que surgieron a partir del caso de Rúa son engañosos. Para hablar de proteger a nuestros niños no es útil convertir el sistema judicial en un mecanismo de venganza. Eso, por cierto, va en contravía del principio rehabilitador que se le ha otorgado en Colombia a la condena. ¿No valdría la pena, más bien, hablar por fin de una reforma penitenciaria que materialice esa promesa? ¿Queremos cargarle al sistema carcelario más costos que se desprenden de tener presos de por vida?

Suecia, uno de los países con menor ocurrencia de estos hechos y, en general, de los más seguros para las mujeres, nos da pistas sobre qué sí se puede hacer para reducir el número de casos. Allá no hay pena de muerte, pero aun así la violencia sexual es baja porque la desigualdad se ha reducido: las mujeres tienen excelente participación política, hay acceso a educación y existe una cultura que se ha venido sacudiendo los prejuicios machistas.

Para que Colombia supere todos sus tipos de violencia hay que dejar de buscar la fiebre en las sábanas.

Entendemos, no obstante, que lo anterior no mueve tantas pasiones electorales. Da muchos réditos aprovechar el dolor nacional para abanderar la cadena perpetua y así presentarse como el grupo político que tiene la solución. Pero son meros paliativos que engañan a la opinión pública y no están haciendo lo necesario para atacar el problema de raíz.

Es probable que algún día, de tanto insistir, Colombia tenga cadena perpetua. ¿Qué haremos entonces cuando los casos de violación y asesinato sigan ocurriendo?

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

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Por El Espectador

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