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La palabra empeñada

El martes de esta semana se cumplieron seis años exactos de la polémica extradición de los grandes jefes del paramilitarismo que unos años antes habían negociado un proceso de paz con el gobierno del hoy senador electo Álvaro Uribe Vélez.

El Espectador
15 de mayo de 2014 - 04:00 a. m.

Alias Mancuso, alias Don Berna, entre otros, que completaban una lista de 14. La principal preocupación hace seis años fue, por supuesto, que se iban para Estados Unidos a guardarse las verdades que le debían a las miles de víctimas que su guerra sanguinaria dejó en este país. En fin, se fueron y lo peor es que hoy algunos no piensan volver.

Ese es el mensaje que vemos nosotros cuando nos enteramos de que Juan Carlos el Tuso Sierra no regresará a este país a poner la cara frente a lo que debe: procesos pendientes por concierto para delinquir, tráfico de estupefacientes, financiación del terrorismo, lavado de activos y utilización ilegal de equipos de comunicación. Y más. Está, por ejemplo, todo lo que tiene de cruzado con el extraditado general en retiro Mauricio Santoyo, sobre quien dio un testimonio en contra o con la temible Oficina de Envigado. Tantas cosas. Como las relaciones de los políticos de todos los niveles de este país con la mafia. Tantas verdades que hacen falta en este país para ir cerrando al menos el primer círculo que dejó el paramilitarismo en Colombia.

Pues no. Imposible. Una corte de inmigración de Estados Unidos le concedió un permiso especial para quedarse allí. Por seguridad, dicen. Y ahora, como para cerrar con broche de oro, anda libre por las calles del norte de América sin mostrar ninguna clase de sonrojo en el rostro. Cargando consigo la palabra que empeñó ante este país entero.

El 4 de mayo de 2010 este diario publicó un completo artículo (“Corte pediría revisar extradición”) en el que se podía leer otra palabra empeñada incumplida: William Brownfield, en ese entonces embajador de Estados Unidos en Colombia, anunció que su país daría a conocer nuevas herramientas de cooperación que sembrarían la confianza de las autoridades colombianas “para evitar la crítica de siempre”, decía el texto. ¿La crítica de siempre? Pues la misma que hoy perdura, seis años después: que eso significaba la impunidad en Colombia de por los delitos que cometió en este territorio nuestro.

Ya vemos, pues, que el miedo más grande del pasado es el mismo que en el presente nos embarga. Ya vemos cómo fueron de efectivas esas herramientas de cooperación prometidas. Y ya vemos, por supuesto, cómo no se le hizo caso a los dos últimos ministros de Justicia que pidieron la deportación del Tuso, así como los ruegos de las víctimas para que él pagara. Pues no. Pagó una pequeña pena en Estados Unidos gracias a la colaboración que le dio a la justicia de allá. La de acá, por tanto, está inmovilizada y no podrá actuar en propiedad.

Un error seguido de otro fue lo que pasó aquí. Nada fue suficiente, ya para el final de su condena, para que un delincuente de este calibre (mandamás en el departamento de Antioquia y parte de esa comunión macabra entre establecimiento y mafia) pudiera venir acá a enfrentar lo que la justicia y la verdad piden y claman. Un fracaso. ¿Y ahora? ¿Quién le responde a las víctimas? ¿Quién le cuenta la verdad a Colombia? A la par con la guerra y sus destrozos y sus ríos de sangre, esto, de la injusticia, es la segunda parte de un episodio macabro que no se cierra. Denigrante.

 

Por El Espectador

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