Cuando las votaciones más potentes al Congreso son para influenciadores que se labraron su carrera obteniendo la atención de las audiencias, cuando la juventud utiliza todas las redes sociales para informarse de mil maneras distintas a un periódico, cuando las burbujas epistémicas de los algoritmos nos han radicalizado, vuelto más sensibles y han ayudado a repotenciar el populismo, y cuando incluso en el periodismo tradicional se celebra más el ruido que las investigaciones rigurosas y las posiciones mesuradas, llegamos al aniversario 135 de El Espectador con una pregunta abierta: ¿para qué un periódico como el nuestro en estos tiempos?
Nos gustaría escucharlos a ustedes, nuestros lectores, que son la razón de ser de todo lo que hacemos. Si El Espectador ha sobrevivido a tanta violencia, a tanta presión y a tanto tropiezo es por la convicción de que nuestro periodismo es una herramienta útil para quien con generosidad nos regala su tiempo y su atención. Mientras tanto, este editorial busca ofrecer una respuesta, por supuesto incompleta, a tan urgente pregunta.
En tiempos de la inmediatez en la información y de los micrófonos tomados por los influenciadores, este diario cree que toda relación con una audiencia se tiene que construir sobre la confianza. Para eso, las herramientas tradicionales del periodismo están a nuestra disposición: la verificación de fuentes, el contraste de marcos interpretativos, la duda sobre el poder y la constante búsqueda de una versión mucho más completa. Esto va de la mano con mostrar nuestro trabajo, explicar cómo operamos para desmontar sesgos y, sí, también reconocer cuándo nos equivocamos. Nuestro objetivo es que quien nos lea, vea o escuche pueda verificar lo que decimos y comprender que, ante todo, nuestra lealtad es con la audiencia, con el ciudadano.
Eso necesariamente nos aleja de los colores políticos y los calores morales, que no significa no tener ojo crítico. En décadas recientes, El Espectador ha hecho honor a su promesa de proteger los principios liberales estando a la vanguardia de las luchas a favor de la democracia y los derechos humanos. Nuestro cubrimiento no ha sido ni será tímido, así como nuestra apuesta por la paz tampoco lo ha sido. Empero, eso no significa que el ojo crítico se abandone. Al contrario: aquellas causas que son afectas a los intereses del periódico son vigiladas con más cuidado y rigor.
En últimas, en tiempos de convulsión social, de populismo creciente y de un extraño enamoramiento con las formas autoritarias, El Espectador se propone como un observador incómodo, un investigador agudo, un pequeño contrapeso al poder y a cualquier abuso que detectemos. Esto, de la mano de una redacción joven y un lenguaje que se reinventa cada vez más rápido. Los formatos cambian de manera vertiginosa, el compromiso de fondo con la búsqueda de la verdad se mantiene. Gracias a ustedes y su apoyo, seguiremos demostrando que El Espectador es tan necesario hoy como cuando fue fundado.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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