Más de un millón de cubanos asistieron el pasado domingo al concierto Paz sin Fronteras en el que, pese al ruido desatado, Juanes se salió con la suya.
Bajo el sol incandescente de La Habana, 15 artistas liderados por el colombiano Juan Esteban Aristizábal cantaron y bailaron junto a un público mayoritariamente joven, durante casi cinco horas. La legendaria Plaza de la Revolución, que no recibía tantos invitados desde la visita de Juan Pablo II en 1998, fue fiesta en torno a la música. No se trató, como tantas veces, de un evento de matices oficiales, orquestado por el Gobierno y al son de la infinidad de posturas ideológicas que precisan aplausos y repeticiones. En esta ocasión la plaza cobijó a un gran grupo de personas interesadas principalmente en bailar y cantar, sin la mediación de consigna política alguna.
Y sin embargo el concierto tuvo implicaciones políticas. Los cantantes, con sus letras e intervenciones, sembraron un mensaje indiscutible de libertad. En un contexto de censura y violación sistemática de libertades individuales, un concierto gratuito, con presentaciones de íconos de la cultura popular universal, no podía sino despertar un sentimiento de emancipación. La música, disfrutada en esta ocasión por los miles de habitantes de La Habana, inspiró a los cubanos, los invitó a soñar, suavizó la solemne Plaza de la Revolución y la llenó de alegría y movimiento.
Cerca de Cuba, en Miami, no todo fue alegría. Grupos de cubanos opositores al régimen atacaron verbalmente a los promotores de la gesta y dieron ejemplo de intransigencia e intolerancia. A Juanes se le acusó de “comunista”, “cómplice de Fidel Castro” y “admirador del Che Guevara”. Docenas de discos fueron destruidos por una aplanadora que les pasaba por encima al tiempo que se vitoreaban arengas agresivas. Un proceder errático y exaltado que da cuenta de la forma en que, por años, las posiciones polarizantes han retrasado cambios benéficos para la isla.
Quizá la lección que deja a su paso este cónclave musical es que otros escenarios son posibles para ese país caribe. El simple hecho de aglomerarse para escuchar en armonía los mensajes provenientes de otras latitudes, contribuye a que la gente entrevea cómo es posible un mañana en el que los gobiernos no se inmiscuyan en cada aspecto de la vida cotidiana.
No resulta entonces exagerada la expresión del español Luis Fernando Aute cuando asegura que “habrá un antes y un después” del concierto. En esa calurosa tarde de septiembre se asistió a algo distinto, personajes del mundo entretuvieron a los cubanos y durante algunas horas Cuba se abrió al mundo. La audiencia joven que cantó a grito las letras de Juanes y levantó cadenciosamente sus brazos es la misma que asimila y promueve un mensaje de paz y reconciliación; la misma que, a través del contacto cultural con otros países, guiará a Cuba hacia el futuro. La revolución, dirían algunos, le abrió paso a la reforma.
Como afirmó la reconocida bloguera cubana Yoani Sánchez en su portal Generación Y, la presentación del domingo es también una metáfora. Un ensayo general del concierto que algún día tendrá la población de la Isla, un concierto en el que no habrá policías vestidos de civil dentro del público y en el que podrán cantar los excluidos de esa jornada.