¿Qué ocultan las firmas?

El Espectador
02 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
Si el candidato ha hecho parte activa de un partido político a lo largo de los años, también tiene responsabilidad por los pecados de su colectividad. / Archivo El Espectador
Si el candidato ha hecho parte activa de un partido político a lo largo de los años, también tiene responsabilidad por los pecados de su colectividad. / Archivo El Espectador

La proliferación de las firmas como mecanismo para lanzar las candidaturas presidenciales no es más que la consolidación a nivel nacional de una práctica que se viene pervirtiendo en las elecciones regionales. Aunque todos los candidatos afirman querer responder a un clamor popular y construir una coalición ciudadana amplia, queda la sensación de que están aprovechando para iniciar la campaña más temprano, en desigualdad de condiciones, torciendo las reglas electorales y buscando evitar las responsabilidades que cargan por su pasado político.

La ley dice que las campañas a la Presidencia sólo pueden empezar a invertir en publicidad tres meses antes de las elecciones, es decir, el año entrante. Eso aplica para quienes se vayan a lanzar a través de los partidos políticos y, en teoría, debería ser la norma para todos los candidatos. Sin embargo, como la reglamentación no establece límite sobre cuándo se puede iniciar una campaña de recolección de firmas para avalar una aspiración presidencial, en la práctica lo que se está viendo este año (y esto también ha ocurrido en alcaldías y gobernaciones) es que ya hay candidatos abiertamente en campaña, pero escondidos bajo la figura de la recolección de firmas. ¿Acaso recorrer el país buscando rúbricas no es un inicio temprano de la aspiración presidencial?

Entonces, quienes aspiran con firmas tuercen la norma para tener por lo menos unos seis meses de ventaja con eventos y conversaciones directas con los votantes, que además están mediadas por comunicaciones con el nombre y la fotografía del candidato.

Además de lo anterior, preocupa que se esté manipulando el propósito de la recolección de firmas dentro de la democracia colombiana. La idea es que los movimientos ciudadanos que surjan por fuera de los partidos políticos y se declaren independientes de éstos tengan una manera de aparecer en los tarjetones para recibir votos. Por esto mismo, la recolección ha permitido que en el país personas ajenas a la cultura política lleguen a cargos de elección popular, especialmente cuando hay propuestas que se plantean como una alternativa.

Lo que se está viendo, no obstante, es que ese prestigio que trae consigo la independencia de las firmas está siendo usado por figuras que tienen claras afiliaciones partidarias. Si ya se cuenta con el aval, y con la maquinaria, ¿cuál es la justificación práctica de presentarse por firmas? De ahí surge la suspicacia de que lo que están buscando es desligarse de los partidos que se encuentran hundidos en medio de escándalos de corrupción para que las candidaturas a la Presidencia no se vean obstaculizadas.

Si el candidato ha hecho parte activa de un partido político (o de varios) a lo largo de los años, también tiene responsabilidad por los pecados de su colectividad. Las firmas, entonces, no implican independencia. Al contrario, como lo explicó Carlos Arias, catedrático y asesor político, a Caracol Radio: “a medida que avance la campaña vamos a ver cómo esos supuestos candidatos independientes terminan rodeados de los partidos y haciendo cualquier tipo de alianzas para ganar la Presidencia”. Así ocurrirá porque así ha funcionado y sigue funcionando la política en el país.

Como denunció la Misión de Observación Electoral, estamos ante muchas campañas anticipadas sin vigilancia de las autoridades electorales, sin registro de gastos y sin total transparencia sobre sus lazos políticos. Continúa el debilitamiento de los partidos políticos, que deberían estar en proceso de reforma, se evitan las responsabilidades políticas y se fomenta el caudillismo, que mucho daño ha hecho en Colombia y en el mundo.

 

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Por El Espectador

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