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Las razones de un premio

El día de ayer exaltamos la labor de 12 afrodescendientes en las páginas de este diario. Doce personas de raza negra que merecieron un reconocimiento especial por su trabajo abnegado en el año que termina.

El Espectador
26 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

El narrador deportivo Paché Andrade, el padre Alberto Linero, la gobernadora de San Andrés Aury Guerrero y cuatro de los ocho medallistas olímpicos que se lucieron en Londres, entre otros, recibieron el galardón del afrodescendiente del año, otorgado por El Espectador y la Fundación Color Colombia.

Cada uno de ellos fue protagonista en su campo: el periodismo, el deporte, el sector público, la salud, la música y las artes, las fuerzas armadas, en fin, un párrafo aparte que se nos antoja abrir una vez al año, para hacer mención a las personas de raza negra más prominentes de este país. Para hacerles una especie de honra, para resaltar su trabajo en un país que, como este, aún presenta altas tasas de discriminación contra casi todas sus minorías, lo cual resulta aberrante.

No deja de generar cierta crítica, sin embargo, abrir ese capítulo. Las preguntas que surgen, y que nos hacen frecuentemente, son bastante sensatas: ¿por qué hacer una premiación diferente de la de los personajes del año, que también se da en nuestras páginas? ¿No es generar más discriminación? ¿No podría pensarse que se trata de un ejercicio de segregación? ¿Por qué no incluir a estos afros dentro de los otros honores que se rinden como costumbre al final del año?

La respuesta siempre va a ser la misma: por la discriminación. O mejor, para lograr evitarla. La discriminación en los últimos años, y de acuerdo con los más estrictos estudios que hay en el mundo sobre ella, se desarrolla individualmente y por medio de actos sutiles. Ya no se trata, en la mayoría de los casos, de acciones nominadas y hechas de frente. Son actos del diario vivir, más bien, que refuerzan los estereotipos de la superioridad de la raza blanca sobre la negra o de los hombres sobre las mujeres. Y así como es sutil, es difícil de ver y de probar.

¿Qué hacer ante este panorama? Bueno, no sólo hay que desenmascararla, enfrentándola en un acto de reflexión personal, sino que hay que alentar la actitud contraria: lo que se conoce como la discriminación positiva. Las medidas de acción afirmativa (las cuotas de minorías en las instituciones públicas, por ejemplo) son el comienzo. Una de las tantas formas para aminorar al pequeño discriminador que llevamos todos adentro.

El premio al afrodescendiente del año trata de frenar esa actitud de la que todos somos víctimas. Y para la muestra, un botón: nosotros mismos. En las mismas páginas de este diario, cuando hacemos el listado de los personajes del año, escogemos a lo más prominente sin tener en cuenta a los afros. Casi siempre son personas de raza blanca, salvo algún deportista o un artista, reforzando esos antipáticos estereotipos que a veces denunciamos. Se trata de un acto sutil del olvido, de no tenerlos presentes a la hora de hacer los conteos generales.

Es por eso que un premio como el que entregamos, ya por tercera vez consecutiva, es un correctivo propio, pero a la vez es un mensaje: la visibilidad otorgada de primera mano a una parte de la población que le aporta mucho a la cultura de un país como Colombia. Es una especie de reconocimiento que no podemos pasar por alto y que rendimos con nombre propio. Llegará el día en el que medidas de este tipo no existan. Pero mientras persista la discriminación, se hacen más que justas y necesarias.

 

 

Por El Espectador

 

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