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La receta

El margen de maniobra con que contaba —y cuenta— el gobierno colombiano para enfrentar la decisión que hace ya 10 meses tomó la Corte Internacional de Justicia de La Haya en favor de Nicaragua, ante la demanda interpuesta por ese país sobre la soberanía del archipiélago de San Andrés y Providencia, era mínimo.

El Espectador
11 de septiembre de 2013 - 08:38 p. m.

Con lo discutible que pueda ser, porque lo es, existe un fallo del máximo tribunal internacional, y aun cuando hasta de corrupción se ha hablado en Colombia para tratar de minimizarlo, tiene sólidas justificaciones jurídicas.

Sentarse a esperar la aplicación plena del fallo no era sin embargo una opción posible. Para decirlo de manera coloquial, como lo presentaba un internacionalista sotto voce en estos días: “Es claro que nos vamos a tener que tragar ese sapo, pero podemos cocinarlo y sazonarlo de tal manera que sea menos traumática esa cena”. Eso, en plata blanca, es lo que nos ha presentado el presidente Santos el pasado lunes con su estrategia integral. Y a decir verdad, la receta para aderezar ese sapo es inteligente y bien pensada, si bien discutible en muchos puntos.

En lugar de desacatar el fallo, como apresuradamente varios actores políticos lo sugirieron con clara intención de pescar en río revuelto, se propone la tesis mucho más diplomática y presentable ante la comunidad internacional de que el fallo es inaplicable porque la Constitución provee que solamente se definen los límites a través de tratados aprobados por el Congreso. Claro, es discutible que una norma interna invalide un fallo de la máxima instancia internacional —que, por lo demás, se acata o no se acata, pero nada más— o que luego de litigar ante la Corte por unos límites Colombia diga ahora que igual lo que aquélla decidiera iba a ser inaplicable. Pero, igual, se trata de una apuesta diplomática para abrir la puerta a sentarse con Nicaragua a negociar un tratado de común acuerdo.

A la vez se utilizan las vías diplomáticas persuasivas necesarias para detener el ánimo expansionista de Nicaragua, en causa común con nuestros aliados en la región. Se ha criticado la aparente inconsistencia de abrir la puerta para la negociación de un tratado con esta actitud agresiva, pero es bien sabido que en las relaciones exteriores quien muestra, y tiene, los dientes puede negociar con mayor propiedad que quien no los tiene. Y vaya si Daniel Ortega merece un tatequieto. Tiene un fallo, sí, pero no solamente lo jurídico está en juego: también lo político, y en ese plano puede resultarle atractivo sentarse a negociar un tratado.

Ingenioso también que, como lo había anunciado este diario hace más de un mes, el Gobierno incorpore mediante un decreto zonas que la Corte ha entregado a Nicaragua en su fallo, utilizando la figura de las líneas base para configurar una zona contigua integral. Igual, es muy discutible que mediante un decreto se pueda modificar un fallo de la CIJ y, además, que no se hubiera defendido ante la misma esta tesis durante el trámite de la demanda, pero defender la integridad del archipiélago tiene todo el sustento. La protección de la reserva Seaflower es además un imperativo y la Unesco ya se ha pronunciado dejando en manos de los dos países la determinación de su destino. Otra puerta para sentarse a discutir con Nicaragua.

Podríamos quedarnos discutiendo eternamente sobre las dificultades que harían imposible que la estrategia funcione en la práctica y el país obtenga lo que hoy es de Nicaragua. Pero lo cierto y práctico es que, sin soslayar esa realidad, ya hay un camino que nuestro gobierno ha tomado en defensa del archipiélago y sus gentes y los colombianos debemos acompañarlo y apoyarlo para intentar conseguir lo que más se pueda. El sapo no se va a convertir en pollo, pero sí puede saber a pollo.

Por El Espectador

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