Se enreda el ajedrez en Oriente Medio

Debido a su ubicación geográfica y a los valiosos recursos energéticos en juego, las olas que se generan en el Oriente Medio crean tsunamis en el resto del mundo. Los recientes acontecimientos en dicha región así lo confirman. La lucha por el poder regional entre Irán y Arabia Saudita se ha acrecentado en los últimos días. El rompimiento de relaciones de las petromonarquías del Golfo Pérsico con su antiguo aliado, Catar, y dos atentados terroristas en Teherán (Irán), reivindicados por el Estado Islámico (EI), han elevado la temperatura regional.

El Espectador
12 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Los antecedentes de esta lucha de titanes son bastante complejos. En primer lugar, se encuentra la histórica confrontación entre las dos corrientes más importantes del Islam: los chiíes, que tienen su máxima representación en la teocracia que gobierna en Irán desde la caída del sha, a finales de los 70, y los sunís, que son reivindicados por la monarquía saudí, en cuyo suelo reposan dos de los más importantes lugares del mundo islámico, La Meca y Medina. A esta rivalidad se suma la explosiva posesión de las reservas petroleras más grandes del planeta, el surgimiento de grupos fundamentalistas que, al parecer, reciben apoyo directo o indirecto de uno u otro lado, y que sirven como peones del posicionamiento estratégico de las dos tendencias en este inestable tablero de ajedrez.

De ahí que los acontecimientos recientes vayan a tener repercusiones a corto y mediano plazo. Repudiar a Catar bajo la acusación directa de estar jugando con Irán para favorecer el terrorismo que apoya dicho país, es un paso radical. Implica el rompimiento formal de una alianza de los países árabes frente al fortalecimiento de la presencia iraní en la zona, cuyo máximo exponente ha sido el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). La reciente visita del presidente Donald Trump a Riad fue un mensaje evidente de apoyo total a la monarquía saudí —su aliado tradicional en el área—, así como una ratificación del anunciado cambio de política frente a Teherán, reversando lo que había hecho su antecesor Barack Obama. Catar había sido un país relativamente díscolo en su política externa. De hecho, creó la red de televisión Al Jazeera, cuya versión regional apoyó abiertamente la llamada Primavera Árabe, y se jugó a fondo en favor de los Hermanos Musulmanes en Egipto. También fortaleció sus vínculos con Turquía, país que a su vez se quiere posicionar como potencia regional con clara influencia regional. Ahora, según los analistas, lo primero que se logrará con esta decisión es efectivamente empujar a Catar a manos de Irán.

Así las cosas, el equilibrio regional pasa por una etapa de recomposición en la cual cada una de las piezas que se están moviendo va a incidir de manera importante en el ajedrez del Oriente Medio. En cada uno de los conflictos que se están presentando allí, Riad y Teherán han metido baza. Como en la época de la guerra fría, la medición de fuerzas y la influencia religiosa y política se están poniendo a prueba de manera calculada. Los saudíes han revivido de un tiempo para acá el temor a la conformación de la denominada Media Luna Chií, que abarcaría desde Irán hasta Líbano, incluyendo la mayoría de los países árabes del Golfo Pérsico. Consideran que el hecho de que existan asesores iraníes en países como Irak y Siria, el que Hezbolá —aliado iraní— haya sentado sus reales en Líbano y el triunfo houthi en Yemen, hacen parte del expansionismo chií.

El juego estratégico, que se venía desarrollando con diversos movimientos, pasa ahora a una nueva etapa. El inestable tablero del Oriente Medio se irá modificando en los próximos meses de acuerdo con los avances o retrocesos de cada una de las partes. Las consecuencias se harán sentir en el resto del planeta.

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Por El Espectador

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