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Nos confesamos atónitos, pero a la vez esperanzados. Después de una campaña electoral agresiva y con discursos que parecían irreconciliables, el llamado a un gran acuerdo nacional que ha hecho el presidente electo, Gustavo Petro, parece estar ganando espacio. Tal vez lo más simbólico sea que el expresidente Álvaro Uribe Vélez haya aceptado reunirse con el nuevo mandatario, en representación del Centro Democrático, a pesar de ser fuertes oponentes políticos y de que su propio partido equiparó en campaña el triunfo de Petro a caer en un abismo. Puede que los diálogos no lleguen al final a ninguna parte, es cierto. Llamados a la unidad nacional ha habido en el pasado con resultados debatibles. Sin embargo, la actitud adoptada por el futuro gobierno en esta primera semana abre puertas de esperanza para una mejor política lejos de los radicalismos. Esperamos que se mantenga.
Las señales que ha enviado Gustavo Petro son de moderación. La propia selección de Roy Barreras como eventual presidente del Congreso en representación del Pacto Histórico demuestra un interés por dialogar con los partidos no alineados al movimiento del presidente electo. Que sea Barreras, un político de carrera que se mueve como pez en el agua en el Congreso y que en su momento fue parte de las coaliciones uribistas y santistas, envía un mensaje inequívoco. Es una materialización de la promesa de superar el sectarismo.
El propio Barreras, en entrevista con El Espectador, dijo que ha “buscado a los senadores del Centro Democrático (pues) quisiéramos que los congresistas de ese partido, desde la independencia, acompañaran las propuestas de gobierno que a ellos les signifiquen tranquilidad y unidad”. Eso fue un paso más allá con la inédita reunión entre Petro y Uribe. El expresidente escribió en su cuenta de Twitter que acudirá “en representación del Centro Democrático. Son visiones diferentes sobre la misma patria”. Por su parte, el presidente electo respondió: “Bienvenidos a la era del diálogo, que es la base de toda humanidad (...) y estoy seguro de que Colombia agradecerá el que encontremos puntos comunes para una patria común”.
Puede ser, ya decíamos, que las reuniones terminen en nada, que en unos meses la cortesía haya desaparecido y el presidente electo tenga problemas de gobernabilidad ante un Congreso dividido. Empero, lo que estamos viendo es una política colombiana distinta, donde los diferentes se encuentran, donde el diálogo y no la violencia son la moneda de cambio. El país respira con mayor tranquilidad cuando sus líderes políticos abandonan los extremos, los cálculos electorales y reconocen las instituciones, así como el proyecto común que es Colombia como nación. Si en efecto el Congreso empieza a actuar con base en proyectos y el presidente electo consigue aprobar reformas con coaliciones amplias y cambiantes, tendremos una mejor representación política. Pero sobre todo superaremos el estancamiento al que nos han acostumbrado durante tantos años.
Recordamos hoy y siempre a don Guillermo Cano Isaza, quien en estas páginas se preguntaba hace años: “¿Por qué no ensayar la paz?”. Es momento de hacerlo, siempre ha sido necesario. Confiamos en que este nuevo gobierno sirva para la reconciliación y la política pacífica. Se vale ese sueño. Invitamos a darle oxígeno y a trabajar por él.
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