
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En marzo, los colombianos elegimos uno de los Congresos más diversos en décadas, con representación de distintas fuerzas políticas y casi que un equilibrio de poderes entre sectores ideológicos. Esto abría una esperanza: tener, por fin, una Rama Legislativa deliberativa, independiente de la Casa de Nariño, capaz de liderar debates complejos sobre las reformas que necesita Colombia. Sin embargo, hoy, en el día de la posesión de los nuevos congresistas, hay señales de que tendremos el pupitrazo de siempre, las mayorías arrolladoras sin distancia crítica, las alianzas que no tienen componentes ideológicos sino fines poco altruistas. ¿De verdad desperdiciaremos esta oportunidad?
Por supuesto que el presidente electo, Gustavo Petro, tenía que salir a buscar gobernabilidad. Así funciona la política y es lo que han hecho todos sus antecesores. Una de las sorpresas más gratas del período poselectoral ha sido ver cómo el próximo mandatario modera su tono y su discurso, habla de “consensos” y elige ministros que pertenecen a corrientes políticas distintas a la suya. Eso es lo que debe hacer una Casa de Nariño que tenga como propósito representar a todos los colombianos.
Lo que sí es extraño es que, después de una campaña política en extremo polarizante y llena de contrastes claros, el nuevo Congreso solo tenga un partido de oposición (el Centro Democrático). Otros que fueron elegidos por defender ideas opuestas al reformismo que propone el mandatario electo, de manera sorpresiva, declararon independencia o incluso anunciaron que están dispuestos a apoyar de forma vehemente la agenda del presidente. Entonces aterrizamos en este 20 de julio con una oposición arrinconada, por cierto poco sofisticada en su argumentación, sin muchas herramientas de acción, enfrentada a una aparente aplanadora legislativa en favor de la Casa de Nariño. ¿No aprendimos, acaso, de los problemas que causaron los pupitrazos en la era anterior que fue castigada por el electorado? ¿No recordamos cómo se desdibujó el Congreso cuando las mayorías uribistas eran caprichosas e invencibles?
No está mal apoyar las reformas profundas que quiere impulsar el presidente electo; el problema es que no haya deliberación suficiente sobre ellas. Si vamos a realizar cambios esenciales a la estructura del Estado, a la manera en que llevamos la economía, entre tantas otras promesas del presidente electo Petro, lo mínimo que le pedimos al nuevo Congreso es que sea un espacio de debate público honesto y responsable. Eso, por cierto, es lo que necesita cualquier reforma para obtener legitimidad: que el país la dialogue de forma amplia e informada, con los líderes políticos haciendo su trabajo. En cambio, si queda en el ambiente la sensación de que la “mermelada” y el unanimismo fueron las motivaciones detrás de los cambios, el Congreso habrá renunciado a sus funciones. Sería, sin exagerar, una tragedia democrática.
Año tras año, el Congreso es de las instituciones que generan más desconfianza y decepción en los colombianos. Por eso las personas suelen descuidar las elecciones de los congresistas, concentrándose más en las presidenciales y debilitando la capacidad de acción de la Rama Legislativa. Ahora, cuando vimos un quiebre histórico con las fuerzas típicas del Congreso, los elegidos tienen que reconocer su responsabilidad. Que el cambio prometido venga también con una democracia menos presidencialista, donde haya liderazgo en otros lugares distintos a la Casa de Nariño y los debates sean memorables y útiles. Colombia lo necesita.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos de lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.