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¿Será mucho pedir una última semana de decencia?

12 de junio de 2022 - 05:00 a. m.
Si se destruye a las personas que opinan diferente, ¿cómo piensan los candidatos a la Presidencia  gobernar después para el bien común? / Imagen de referencia: Archivo
Si se destruye a las personas que opinan diferente, ¿cómo piensan los candidatos a la Presidencia gobernar después para el bien común? / Imagen de referencia: Archivo
Foto: Archivo Particular

Una palabra describe esta campaña presidencial: bajeza. Esa ha sido la actitud adoptada por la mayoría de los contendores y, en particular, por los tres más votados en la primera vuelta. Estas dos semanas de segunda vuelta han sido un caos, plagadas de noticias falsas, declaraciones sacadas de contexto, manipulaciones descaradas y adjetivos abundantes. Y, en los últimos días, grabaciones publicadas de la campaña del Pacto Histórico han mostrado cómo, pese a que de cara a los votantes se presentan como una manera distinta de hacer política, la estrategia a la que se recurre siempre es la de la guerra sucia y baja. Sí, es gravísimo y merece investigación que la campaña del posible presidente de la República haya sido al parecer infiltrada, pero eso no valida la pretensión de que no se discuta sobre el contenido de los audios conocidos.

La defensa de los miembros del Pacto Histórico sobre las grabaciones ha sido que así es la política, que es obvio que en espacios privados se hable de manera despectiva de los contrincantes. Y sí, es razonable que en reuniones privadas de las campañas se analicen las debilidades de los rivales, sus flancos débiles y cómo evidenciarlos ante la opinión. Lo que no es justificable es fomentar la guerra sucia y la destrucción pública de los demás, que es lo que ha quedado en evidencia en dichas grabaciones. El hecho de que el Pacto Histórico y su candidato hayan sido víctimas prominentes de bajezas similares, o incluso peores, no excusa en lo más mínimo que hayan escogido tomar el mismo camino de sus oponentes. Y mucho menos que lo intenten despachar como algo apenas natural.

Tenemos que hablar de esto si todavía creemos en la decencia en la política. No, no estamos condenados a que la política “sea así”, y punto. ¿Es mucho pedir que los candidatos y sus equipos libren una competencia sana, justa y, sobre todo, alejada de los escándalos prefabricados para causar daño a sus rivales? Es distinto mostrar contrastes ideológicos que elaborar estrategias de desprestigio y aniquilamiento reputacional. Está claro que las campañas políticas, por su naturaleza, se construyen a partir de la tensión entre visiones diferentes de la realidad, y el debate público se construye haciendo evidentes esas diferencias. Lo que resulta inaceptable es la normalización de la canallada, de la bajeza.

Estamos de acuerdo en que las infiltraciones a las campañas son inaceptables, ilegales de hecho. Respaldamos que se lleven a cabo las investigaciones que sean necesarias para determinar si ese fue el caso, pero incluso si así fuere, es una falacia que el país no pueda discutir sobre lo que muestran esas grabaciones. El contenido de las mismas merecen la atención y la difusión por parte del periodismo, que tiene el deber de publicar todo lo que sea de interés público para que los colombianos lo puedan conocer.

A una semana de la votación final, así sonemos ingenuos, queremos insistir en lo esencial: lo poco que resta de campaña debería dedicarse a un debate de ideas, no a más bajezas. Si se destruye a las personas que opinan diferente, ¿cómo piensan gobernar después para el bien común? El elegido será el presidente de todos los colombianos, no solo de unos cuantos. Ambas candidaturas deberían tenerlo muy presente al menos durante estos últimos ocho días.

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