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Fue John Leguízamo quien abrió el espectáculo dando una charla sobre su experiencia de actor, de inmigrante, de colombiano en la meca del cine mundial. Siempre hay sorpresas en el Hay Festival: escritores internacionales, conferencias, ventas de libros al por mayor, lectores ávidos, nuevos escritores, lanzamientos, música, cocina...
Ya van siete años de este maravilloso evento en el que la cultura se aprecia desde la relación con la sociedad, desde la cercanía del escritor (o el músico o el chef) con su audiencia. Ir a Cartagena y verlo maravilla al ciudadano corriente: las filas de cuadras enteras a la espera de una conferencia que puede tratar desde la frivolidad de Hollywood, como la de John Leguízamo, hasta la complejidad de la simetría con el matemático Marcus du Sautoy, pasando, obviamente, por la literatura. Y eso también es propio del festival: la evolución que ha tenido para abrirse espacio, no sólo en terrenos literarios o de periodismo literario, sino también en otros temas más diversos, más cercanos a la actualidad.
El Hay Festival es una vitrina privilegiada. Sólo hay que leer la entrevista publicada ayer en este diario para darnos cuenta, por ejemplo, de lo cercano que estaba Carlos Fuentes al entorno. Como “si por un momento hubiera olvidado quién es”, sentado, cruzado de piernas, y atendiendo a cualquier curioso que se le pasara por enfrente para las cosas de rigor: las fotos, los autógrafos, la negativa de dar una entrevista más.
Carlos Fuentes, directo y humano, ese poderoso escritor detrás de Aura o de La muerte de Artemio Cruz, pensando y diciendo que a veces cae en las trampas de su propio humor. Pero no sólo para él, uno de los grandes del llamado boom latinoamericano, sino también para escritores un poco desconocidos que quieren visibilizarse en un lanzamiento que el festival permite. En frente de la prensa internacional, con todos los lujos.
Su alcance se ha ido expandiendo: ya no sólo está en ese rincón mítico de Cartagena, sino también en Riohacha y Bogotá. O, a través del Hay Festivalito, en las escuelas de Cartagena, a donde llegan algunos escritores para compartir sus experiencias de vida y de fantasía con los niños que allí estudian.
Un aplauso para sus organizadores, que han logrado decantar el evento y hacerlo accesible para las personas. Y también por mantenerlo, porque cada año se presenta la oportunidad de que la cultura esté en contacto con la ciudadanía. Ese acercamiento, esos 33.000 hombres y mujeres de audiencia que alcanzaron el año pasado y ese fomento de la lectura (la venta de libros durante el transcurso del festival es impresionante) sirven, sin duda, a un fin mucho más grande que el mero espectáculo: la promoción de la cultura. Son un reflejo de que aún hay gente que puede ver en ella una ventana hacia el progreso, hacia el crecimiento humano.
Bienvenido, entonces, el festival. Bienvenidos sus vericuetos y su larga baraja de exposiciones. Ya posicionado, esperamos que los cartageneros y los colombianos que han viajado hacia esa Cartagena que se viste de literatura puedan disfrutar de las muestras que nos brindan sus distintos invitados.