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El cinísmo es inútil si lleva a la inacción. Después de una campaña electoral vibrante, el estallido social que venimos viendo en las calles desde 2019 tiene la oportunidad de manifestarse en las urnas. Sobre la mesa hay candidatos y propuestas para todo el espectro ideológico, acompañados además por unas elecciones legislativas que nos dieron uno de los congresos más diversos que hemos tenido en años. El voto sigue siendo el mecanismo de representación directa más eficiente y poderoso para apostarle a la creación conjunta de la nación colombiana. Más allá del ruido, de los ataques a la legitimidad de las instituciones, de las sospechas infundadas de fraude, el acto cívico con más consecuencias que cualquier colombiano puede llevar a cabo es expresarse en las urnas. Es momento de hacerlo.
Pase lo que pase al final del día de hoy, un sector político estará hablando con seguridad de supuesta trampa en las elecciones. Nunca habíamos tenido, desde la Constitución de 1991, a personajes con tanta reputación y liderazgo hablando de un hipotético quiebre institucional. “Golpe de Estado” y “fraude electoral” han sido frases empleadas con ligereza para llevar a la gente a “votar berraca” y a deslegitimar a los contrincantes. Como estamos bajo aviso y sabemos que los ataques están en camino, independientemente de quién triunfe, la mejor respuesta es con votaciones masivas y con vigilancia ciudadana activa.
Entendemos la desconfianza en la Registraduría. El rol de Alexánder Vega como registrador nacional ha dejado mucho que desear. Sin embargo, hay suficientes argumentos para sentirnos tranquilos con la capacidad del sistema electoral para la jornada de hoy. Por una parte, contar votos de pocos candidatos a la Presidencia es mucho más sencillo que hacerlo con los complejos tarjetones de las elecciones legislativas. Un simulacro realizado hace un par de semanas mostró que en un par de horas podremos tener resultados confiables. Es clave y esperable que no haya diferencias notables entre preconteo y escrutinio, como no las hubo en los votos de las consultas presidenciales en marzo. Adicionalmente, Colombia cuenta con la vigilancia juiciosa y organizada de misiones observadoras nacionales e internacionales. No es cierto, como dicen algunas voces, que el software empleado no tuvo auditoría: hay una contratada por la Registraduría desde el año pasado. Con todos los ojos puestos sobre Colombia, los temores de fraude están sobredimensionados.
Por eso nos parece irresponsable abstenerse de participar en estas elecciones. Sí, hemos tenido problemas y la institucionalidad colombiana está lejos de ser perfecta, ¿pero no hemos visto, con evidencias, que cuando las personas salen a votar sus voces son escuchadas y sus deseos de cambios transparentes se cumplen? ¿No aprendimos, acaso de la consulta anticorrupción, que se frustró por unos cuantos votos? ¿No es motivo de orgullo que las entidades territoriales del país estén representadas por candidatos alternativos de distintas corrientes políticas? ¿No quedó el Congreso que se inaugurará el próximo 20 de julio conformado por nuevos políticos que vienen a renovar el debate público colombiano? Pero además, ¿cuál es la alternativa? ¿Decir que no hay soluciones y no participar, ayudando a fomentar el ciclo de malas elecciones? No tiene ningún sentido.
El compromiso hoy es con la democracia, con la Constitución de 1991 y con la paz: cuando más personas votamos, a Colombia le va mejor.
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