Cuando todavía no es claro cuál va a ser el futuro de la primera línea del metro de Bogotá, el Distrito anunció la apertura de la licitación para la segunda línea. Si suena a una especie de sátira política es porque la historia de décadas de sufrimiento por tener un sistema de transporte digno ha adoptado tintes macondianos. Su última manifestación —el capricho del presidente Gustavo Petro por soterrar una línea que ya estaba contratada como elevada y las amenazas veladas del entonces ministro de Transporte, Guillermo Reyes, de no financiar nada en la capital del país a menos que se hiciera un cambio contractual— nos tiene viendo el anuncio reciente con escepticismo. En todo caso, ya le corresponderá a la próxima persona que habite el Palacio Liévano adjudicar un contrato necesario para una Bogotá cada vez más caótica.
Claro que se necesita la segunda línea del metro. Se necesitaba hace décadas y hoy, en una capital colapsada por las obras, el tráfico y el deficiente servicio de transporte público, es una construcción esencial. Se trata de 15,5 km de metro subterráneo, con 11 estaciones, que llegarán a Chapinero, Barrios Unidos, Suba y Engativá, y beneficiarán a dos millones y medio de residentes de Bogotá. Las propuestas de precalificación se recibirán hasta el 28 de junio de este año, pero el contrato solo podrá ser adjudicado en marzo de 2023. Es decir, la alcaldesa Claudia López ya no estará en el Palacio Liévano y las elecciones del próximo octubre, una vez más, girarán en torno a la pregunta por el metro.
¿Por qué la demora, si el proceso estaba listo para salir desde enero? Por el encontrón entre el presidente Petro y la alcaldesa. A eso se le suma que el consorcio al que se le adjudicó la primera línea no ha entregado los estudios y está en proceso de ser sancionado. Aunque la obra se incluyó en el Plan Nacional de Desarrollo (junto con la segunda línea), dejando a un lado los temores de que el Gobierno no la financiaría, al sol de hoy el futuro del primer proyecto es incierto. Da la sensación de que en Presidencia están apostando a tener un alcalde más cercano al Gobierno, mientras que López ve cómo se le acaba el tiempo y el campo de acción.
Lo lamentable de tantos retrasos es que cuando Bogotá finalmente tenga sus líneas de metro, estas serán soluciones insuficientes para la crisis de movilidad. Por eso, recibimos la apertura de licitación para la segunda línea con reducido entusiasmo: se trata de un proyecto esencial, pero nos tememos que los líderes políticos de la ciudad y la nación, una y otra vez, encuentran maneras de sabotear los avances necesarios.
Nos queda, quizás, una solicitud a todas las personas que quieran llegar al Palacio Liévano y también al presidente de la República: no instrumentalicen más los proyectos de infraestructura que necesita la ciudad. No queremos estar en cuatro años, otra vez, discutiendo sobre el metro y las características de sus líneas por construir.
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