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La crítica más común a los nombramientos más recientes del presidente de la República, Gustavo Petro, es que están siendo reemplazados perfiles “técnicos” por “activistas”. El argumento plantea un falso dilema entre servidores públicos supuestamente sin ideología, con amplia experiencia y capacitados para gobernar, en contraste con personas que no han hecho parte oficial del Estado y construyeron sus carreras desde la crítica y la defensa de ciertos ideales. En esencia, el mensaje es que se privilegia la lealtad al presidente por encima de la capacidad de ejecución. La Casa de Nariño, por su parte, responde con hostilidad y fomentando esa idea de la división entre técnicos y activistas. El problema, nos parece, es que esa conversación es engañosa y nos distrae de los reclamos de fondo que deberían escucharse en Palacio.
En un foro reciente de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas, dos exfuncionarios del gobierno Petro identificaron los términos del debate. Cecilia López Montaño, exministra de Agricultura, dijo que “como este Gobierno le ha pegado a la tecnocracia, es una vergüenza. En este momento están predominando el activismo y los contratos”. Por su parte, Jorge Iván González, recién salido exdirector Nacional de Planeación, explicó que “el tono del consejo de ministros cambió de manera sustantiva. Es increíble ver cómo se pasa de unos ministros de gobernantes a uno que cada vez es más de activistas. Eso es brutal”. En redes sociales y en voces de líderes de la oposición, la crítica tuvo eco, aunque con menos matices. Básicamente la idea es que en el Gobierno solo hay activismo.
No es cierto que los perfiles técnicos sean los únicos que deben ser invitados a hacer parte de un Gobierno. La Presidencia es un rol político que implica administración, claro, pero que necesariamente refleja una agenda ideológica que fue elegida por los colombianos. En últimas, un presidente tiene el derecho de armar sus equipos como considere y es algo que, por cierto, han hecho todos los mandatarios. Que alguien no tenga experiencia en el Estado no implica, de por sí, que no pueda ser un buen ministro o director de entidad pública. Los “técnicos” que llevan mucho tiempo en el poder (y aquí no nos estamos refiriendo puntualmente a los exfuncionarios del gobierno Petro, sino en general) han fallado de muchas maneras, por lo que es engañoso presumir que con una sola palabra se puede desacreditar cada nombramiento.
Decimos, sin embargo, que concentrarnos en la tensión entre tecnocracia y activismo disfraza las críticas de fondo. Tanto la exministra López como el exdirector González apuntan a un problema mucho mayor del Gobierno: la incapacidad de conciliación incluso con aquellos que están cercanos ideológicamente. Un año y medio después de haber sido elegido, el presidente Petro hace eco a lo que hizo cuando fue alcalde distrital y se atrinchera en los suyos: Gustavo Bolívar en el Departamento de Prosperidad Social, Alexánder López en el Departamento Nacional de Planeación, Laura Sarabia en el Departamento Administrativo de la Presidencia de la República, Carlos Carrillo en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres y Cielo Rusinque en la Superintendencia de Industria y Comercio. La pregunta es si el tono que adoptarán será similar al de un Guillermo Jaramillo, ministro de Salud, que ha convertido la hostilidad en su estrategia, o si recordarán que su puesto representa a todos los colombianos. No es tan relevante la trayectoria profesional de quienes llegan al Estado, sino cómo se comportan una vez allí.
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