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Lo más frustrante de los debates que se han dado en Colombia en torno a la eutanasia es que, en medio de los gritos retóricos y el postureo moral, se pierden de por medio las historias dolorosas de las personas que han tenido que recurrir a ese derecho. Ahora que la Cámara de Representantes aprobó una posible regulación en el derecho a la muerte digna, vuelven a saltar las exageraciones que dicen que en el país se le está abriendo la puerta a la muerte, que el derecho a la vida es inviolable y que no hay manera de evitar las malas prácticas médicas, dado que se pierde el incentivo de salvar a todos los pacientes. La realidad es, por supuesto, muy alejada de esas teorías de la conspiración y más cercanas a la humanidad.
No hay nada más íntimo y complejo de enfrentar que el dolor personal. Ese es el fondo del asunto. Cuando hay enfermedades terminales, cuando hay personas que, pese a la ayuda médica, están en condiciones de vida deplorables, cuando la única opción es mantener el cuerpo de forma artificial, pero sin verdaderas posibilidades de recuperación, es cuando en las familias se abre la discusión sobre la eutanasia. En el país, donde la Corte la despenalizó desde 1997, lo que hemos visto es el actuar solapado y cruel de muchas entidades prestadoras del servicio de salud y de los mismos médicos, que hacen lo posible por obstaculizar la muerte digna de sus pacientes. En el proceso, han causado dolores injustificados y traumas por el simple hecho de no querer cumplir la decisión de la Corte.
Basta con mirar la jurisprudencia del alto tribunal para encontrarse relatos de mucha angustia y dolor. Está el caso de un menor de edad que era presa del dolor y no tenía prospecto de mejorarse, al cual le aplazaron y le aplazaron la eutanasia hasta que murió antes de que se la pudieran aplicar. ¿Era necesario tanto sufrimiento? Otro caso muy sonado fue el del padre del caricaturista conocido como Matador, a quien le hicieron dar vueltas y vueltas innecesarias cuando la decisión ya estaba tomada.
En últimas, lo que la eutanasia pone de presente es la defensa de la autonomía de cada persona. Enfrentados a una decisión muy difícil, a un dolor inconmensurable, ¿por qué no podemos pedirle a la ciencia moderna que nos ayude a irnos del mundo con tranquilidad? ¿Por qué tenemos que alargar y alargar no solo nuestro sufrimiento, sino el de la gente que nos quiere, porque hay personas que no comparten nuestras creencias? La eutanasia no sería obligatoria, por supuesto; pero se trata de un cálculo básico: no hay motivos para negársela a quienes la deseen.
En este país de Congresos conservadores, ha sido la Corte Constitucional la que ha dejado las reglas, en compañía del Ministerio de Salud. Eso ha resultado que, entre 2015 y 2020, se hayan realizado 92 eutanasias; pero es cierto que los médicos tienen miedo, que los obstáculos permanecen y que un proyecto de ley como el que se está impulsando ayudaría a establecer con claridad y vehemencia que la muerte digna es un derecho. También a vigilar que dejen de inventarse excusas para no llevarlo a cabo.
Tenemos un reparo, no obstante. ¿Por qué limitar la eutanasia a personas mayores de 18 años? Ya la Corte ha estudiado casos de menores de edad en los que la familia ha tenido que tomar la decisión. El punto es este: la muerte digna es un derecho de todos los humanos, sin importar su edad, cuando se enfrentan a condiciones infranqueables. Establecer límites arbitrarios es solo permitir que se siga extendiendo el dolor irracional.
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