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Se cumplió el primer aniversario del ataque terrorista de Hamás, cuyo objetivo principal era golpear a Israel para forzar a una reconsideración de la situación palestina que condujera, con el tiempo, a la creación final del Estado palestino. La reacción israelí, ante la peor masacre contra el pueblo judío desde el Holocausto, buscó la erradicación de Hamás y el inmediato rescate de las más de doscientas personas secuestradas por el grupo terrorista. Muchas de las predicciones más pesimistas de entonces se han venido cumpliendo.
Un año después, el resultado obtenido está muy lejos de los objetivos iniciales de las dos partes. Un altísimo número de personas asesinadas, heridas, desaparecidas o desplazadas, la destrucción de más del 60 % de la infraestructura en Gaza y la expansión del conflicto a Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen e Irán. Con respecto a este último país, está pendiente el anuncio de Benjamín Netanyahu de responder al reciente ataque con misiles por parte de Irán. Dependiendo de los objetivos que selecciones Israel para su respuesta, instalaciones nucleares o petroleras, dependerá una nueva reacción iraní que podría escalar el conflicto regional a niveles inimaginables.
El balance más doloroso es el número de personas que han muerto. El 7 de octubre, el brutal ataque de Hamás dejó 1.200 personas fallecidas, entre ellos niños, y más de 200 personas secuestradas que fueron llevadas como rehenes a Gaza. A partir del día siguiente, solo en la Franja, el Ministerio de Sanidad de Palestina calcula que unas 42.000 personas fueron asesinadas de manera indiscriminada tras la represalia israelí, calculando que el 40 % eran niños. También se cree que la cifra de desaparecidos llega a 10.000 personas. Según la ONU, en toda la Franja han sido destruidos 163.778 edificios, el 66 % de los que existían, incluyendo escuelas y hospitales. Es cierto que Netanyahu, de acuerdo a las normas internacionales, tenía el derecho a la legítima defensa. Al mismo tiempo, esas normas establecen los límites legales, en especial a la proporcionalidad en la respuesta.
Los israelíes están gobernados por una coalición de fanáticos ultranacionalistas que buscan la reconfiguración del Israel bíblico y rechazan el Estado palestino. Han demostrado que tienen un total desprecio por las leyes internacionales. Tienen el apoyo de Estados Unidos y otros países occidentales, que no han actuado para frenar a Netanyahu ni permiten acción alguna de Naciones Unidas contra Israel. De momento, la Corte Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia vienen actuando, dentro de su ámbito de acción, para analizar la comisión de delitos de guerra o de lesa humanidad por parte de Netanyahu e incluso el de genocidio, así como una orden de detención internacional contra el primer ministro Israelí y de algunos miembros de su gabinete y la cúpula de Hamás.
La única solución viable es la inaplazable necesidad de crear un Estado palestino legítimo, que atienda los intereses de toda la comunidad, y no solo la impuesta mediante la fuerza por Hamás. De igual manera, el Estado de Israel existe desde 1948 y, como tal, tiene el legítimo derecho a hacerlo dentro de fronteras seguras. Al desconocer estas realidades, cada una de las partes, con sus posiciones extremas, está logrando el efecto contrario al buscado. Ni Hamás avanza hacia la creación del Estado palestino ni Israel logra seguridad, así lo haga a corto plazo con los logros militares alcanzados.
Cada hecho de barbarie acaecido desde octubre pasado, con desprecio por la vida humana, en especial de mujeres y niños inocentes, terminará creando una nueva generación que vivirá con el odio y la desconfianza permanente hacia el contrario. Lograr la paz, en medio de este escenario dominado por los fanatismos, no tiene viabilidad cierta.
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