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En julio de 2022, mientras Colombia celebraba con orgullo y estadios casi llenos la Copa América de selecciones femeninas de fútbol, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún, fue vehemente: “Les digo hoy, con toda seguridad y con toda la seriedad del caso, que la Liga Femenina a partir del año entrante será de un año entero”. A los pocos meses, en octubre, la ministra del Deporte, María Isabel Urrutia, dijo que habría liga de 11 meses y que el Gobierno había conseguido “que los patrocinadores les paguen entre US$400 y US$500 mensuales a las jugadoras”. Ambas promesas resultaron ser falsas.
Hoy lo que tiene el país es una liga femenina de solo cuatro meses, aunque contará con la participación de 17 equipos, un incremento considerable. La excusa es la de siempre: no hay plata ni patrocinios, sumado a que este año hay Mundial de Fútbol Femenino, de julio a agosto, y Colombia es anfitriona de la Copa Libertadores. Hablando con El Colombiano, el presidente del Medellín, Daniel Ossa Giraldo, resumió el problema para los directivos del fútbol profesional: “Al Medellín le va a costar $1.200 millones el equipo femenino durante estos cuatro meses, y solamente hemos recogido $500 millones en patrocinios, porque las empresas están muy dudosas. Si uno hace los contratos a 12 meses tiene que cumplir con ingresos que son inciertos, pero con egresos que ya son fijos. Nosotros vamos a tener un hueco de $600 millones por ese concepto, ¿qué tal que hubiera sido por un año?”. ¿Qué pasó, es necesario preguntar, con la promesa del Ministerio del Deporte? ¿Por qué las ofertas reales que estuvieron sobre la mesa para asumir la administración de una liga seria se bloquearon? Adicionalmente, ¿no será que los anunciantes dudan mucho precisamente porque la continuidad de la liga nunca está garantizada ni hay una apuesta seria por la profesionalización de las futbolistas?
Isabella Echeverri, jugadora de la selección de Colombia, escribió en Twitter lo que la mayoría de las atletas están pensando: “El fútbol colombiano está lleno de promesas vacías, tanto en la liga como en la selección. Nos prometen cambios que nunca llegan. Siguen sin valorar el valor de la mujer en el fútbol. Se pusieron propuestas sobre la mesa de un valor tremendo para todos, y ni así. Me duele el corazón”.
Ese dolor de corazón está más que justificado. Ni siquiera después de un año histórico para la selección de Colombia femenina, que llegó por primera vez en su historia a la final de un Mundial de Fútbol, ha sido suficiente para que la División Mayor del Fútbol Colombiano (Dimayor) diseñe un torneo decente, profesional y respetuoso de las futbolistas. Este es un rechazo más en una larga lista de agravios, que incluyen entrenadores acosadores de las jugadoras, directivos acusándolas de “borrachas” o de que el fútbol femenino es un “caldo de cultivo para el lesbianismo”, y de un desdén generalizado por su trabajo.
La Dimayor falló, el Ministerio del Deporte falló y la Federación Colombiana de Fútbol falló. ¿Hasta cuándo seguirán actuando de forma injusta con las deportistas? ¿Cuántas promesas rotas más les quedan en el camino?
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