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En este tipo de competiciones, donde se premia el rendimiento, la constancia, la pulcritud y —muy probablemente— la perfección atlética, se vieron unos resultados poco esperados por los colombianos: la suma histórica de 24 medallas de oro, 25 de plata y 35 de bronce.
Frente al deporte y sus resultados, los hinchas y analistas tienden casi siempre a defender una posición radical dentro de una clásica disyuntiva, o bien del triunfalismo sin miramientos objetivos, o del derrotismo explicado muchas veces con derroteros poco fiables. Los unos celebran porque Colombia superó cualquier expectativa, simplemente guiados por el fanatismo y las palabras de la prensa —acertadas, por cierto— cuando califican una situación de histórica. Los otros tienden a compararse con otros países —algunos imbatibles, que llevan un recorrido mucho más amplio en la gestión del deporte, como Estados Unidos y Cuba— y decir que aún no se ha llegado a ninguna parte y que no se llegará mientras no se supere a estos países.
Las cosas no son de un lado ni del otro. Basta hacer un análisis mucho más mesurado, ateniéndose probablemente a dos cosas: la primera, la gestión institucional que hubo detrás del triunfo; y la segunda, las metas trazadas hace cuatro años como resultado de la edición previa de estos mismos juegos. La una está ligada con la otra. Coldeportes es la entidad gubernamental encargada de realizar la gestión y dar el dinero al Comité Olímpico Colombiano, para que éste maneje cuestiones más ligadas con el deporte: deportistas, marcas, rendimiento, entre otras. Toda esta actuación administrativa tiene que hacerse en conjunto con las federaciones y las ligas. Ante este nuevo triunfo, los aplausos deben ir para el Comité y su director, Baltazar Medina, quienes pudieron superarse a sí mismos y darle una sorpresa al país.
No puede ser otro el balance. En la pasada edición de los juegos, nuestro país acumuló 14 medallas de oro, quedando la meta —nada irracional— de superar esta marca, al menos, por una medalla más. Sin embargo, a falta de una, consiguieron diez. Y no solamente una decena de oros en deportes en los que nos destacamos (como ciclismo y patinaje), sino también en otros que dieron la sorpresa: cabe mencionar tenis, gimnasia olímpica y karate.
El hecho de la propia superación es algo muy alentador. La preparación y el acondicionamiento durante estos cuatro años son innegables (se sabe que poca suerte hay en el deporte olímpico). Queda entonces el camino hacia los Juegos Olímpicos, la máxima instancia, que debe ser labrado de la misma manera. Pulir aquellos deportistas destacados (como es el caso de Mariana Pajón) y, por qué no, continuar en la búsqueda de nuevos talentos. La carrera hacia esa competición es de largo aliento, ponderada, hecha a la manera del dicho “A paso lento pero seguro”. Sólo de esta manera se va creciendo en capital humano para la consecución de muchos más oros y el enaltecimiento del deporte. Los éxitos de éste, a su vez, funcionan a manera de símbolo para la sociedad, no sólo por el triunfo, la emoción y el sentido patriótico que despiertan, sino como ejemplo de superación.
El Comité Olímpico deberá mantener ese mismo espíritu de combate, fijándose a su vez metas realistas a futuro en las que debe concentrar toda su atención para poder superarlas. Con tranquilidad se puede llegar mucho más lejos que con triunfalismo o pesimismo. Los deportistas que regresaron a Colombia con un oro encima son el fruto de esta forma de pensar. Ojalá continúe así y se extienda hacia los demás deportes que tienen en vilo a este país.