Un cambio para El Salvador

El Espectador
07 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.
Nayib Bukele, de 37 años, supo leer el deseo de los salvadoreños de dejar atrás la forma típica de hacer política. / EFE
Nayib Bukele, de 37 años, supo leer el deseo de los salvadoreños de dejar atrás la forma típica de hacer política. / EFE

Nayib Bukele, el joven empresario que fue alcalde de San Salvador en nombre del oficialista Frente Farabundo Martí (FMLN) y compitió en las recientes elecciones en nombre de un partido de derecha, será el nuevo presidente de El Salvador. Rompe así con tres décadas de bipartidismo entre la derecha (ARENA) e izquierda (FMLN) que se han alternado en el poder desde que terminó el conflicto armado. La apuesta por el cambio, su lema de campaña, caló entre el electorado, aunque no es claro el rumbo político que le imprimirá a su gobierno.

Bukele, de 37 años, supo leer el deseo de los salvadoreños de dejar atrás la forma típica de hacer política. En nombre de la Gran Alianza para la Unidad Nacional (GANA), se impuso en la primera vuelta con más del 53 % de los votos al derrotar al conservador Carlos Calleja, de ARENA, y a Hugo Martínez, del izquierdista Farabundo Martí. Este triunfo genera, sin embargo, incógnitas. En primer lugar, sobre su ubicación ideológica, pues ha estado en partidos de los dos extremos ideológicos. Primero fue expulsado del FMLN por discrepancias internas con las directivas. Luego, cuando quiso presentar su candidatura independiente a la Presidencia, no pudo por haberse inscrito de manera extemporánea. Para solucionar el impase negoció con GANA, sin mayores opciones electorales, y sacó adelante su candidatura. Sus bandazos le dieron resultado.

Los analistas lo señalan como el triunfo de los millennials; es decir que mediante un hábil manejo de las redes sociales, dado que proviene del mundo de la publicidad, llegó al electorado con los mensajes adecuados. El bipartidismo estaba agotado, pues ninguno de los dos partidos tradicionales había solucionado los graves problemas sociales. Fuera de la percepción de ineficiencia, se le sumó la realidad de la corrupción en todos los ámbitos, comenzando por la de varios expresidentes que están en la cárcel por malos manejos del erario. El lema “El dinero alcanza cuando nadie roba”, y la propuesta de crear una comisión contra la impunidad, con acompañamiento internacional, fueron dos de sus propuestas que gustaron. Lo paradójico del tema es que GANA ha estado salpicado de casos de corrupción.

Lo cierto es que Bukele se posicionó como un producto que fue adquirido, mediante una hábil campaña publicitaria, por los electores jóvenes que compraron su discurso de una nueva forma de hacer política. Al respecto, algunos analistas críticos consideran que el mandatario electo carece de contacto real con la mayoría de la gente en distintas regiones del país y que la campaña fue realizada desde una “burbuja”; es decir un nicho tecnológico ajeno a las necesidades reales de la gente común. Sus defensores, por el contrario, creen que tiene la inteligencia y el conocimiento tecnológico para enfrentar los nuevos tiempos, así como la experiencia necesaria acumulada durante su paso como alcalde de Nuevo Cuscatlán y, en especial, como alcalde de San Salvador.

El propio Bukele ha evitado que lo encasillen como candidato de uno u otro extremo político. Hay quienes consideran que eso lo fortalece, dado que no tiene “prejuicios ideológicos”. Así como mantuvo posiciones progresistas dentro del FMLN cuando fue alcalde, también ha dicho que en el caso de Venezuela lo que hay es una dictadura, como la hay en Nicaragua o en Honduras, dado el talante autoritario de sus gobernantes. De esta manera rompe con la tradicional política exterior del Frente, aliado incondicional de Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

A pesar de su imagen ganadora, Bukele tendrá que lidiar con un Parlamento en el cual ARENA y el FMLN tienen la mayoría. Si no negocia un apoyo legislativo con alguno de los dos partidos, su gestión se verá en serios problemas. La búsqueda de consenso podría llevarlo a abandonar sus banderas de campaña y terminar derivando hacia un esquema populista de gobierno.

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Por El Espectador

 

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