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Un congreso con profundo significado

LA IMPORTANCIA DEL CAFÉ EN COlombia no sólo radica en que es un producto emblemático que nos llena de orgullo y que ha trascendido las fronteras.

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El Espectador
02 de diciembre de 2010 - 11:00 p. m.
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El café sigue siendo fundamental desde el punto de vista social y económico para 527.000 familias, propietarias de fincas cafeteras en más de la mitad de los municipios de Colombia, localizados en los Andes y en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Si hay algún producto que cohesione y conecte a Colombia desde el punto de vista económico y social, ese es el café. Es prácticamente imposible viajar entre las diferentes ciudades del país sin avistar un cultivo del grano. Es la savia que conecta nuestras regiones. Pero además, a diferencia de buena parte de los demás cultivos en Colombia, el del café es también garantía de presencia institucional, de capacidad de implementar programas del Estado, de mayor seguridad.

Quizás una de las mayores contribuciones de este producto al país es haber desarrollado una profunda y acendrada cultura democrática entre los cafeteros. No sin razón enfatizó el presidente Santos,  durante la instalación del LXXV Congreso Nacional de Cafeteros que se reúne en Bogotá esta semana, esta cultura de consensos alrededor de instituciones, destacando una faceta del gremio cafetero que frecuentemente se ignora, sobre todo en las grandes ciudades donde domina la opinión pública urbana, con frecuencia tan alejada de lo que ocurre en la Colombia rural.

La democracia cafetera es sin duda la fuente de la legitimidad y representatividad de sus instituciones. En las elecciones cafeteras del pasado mes de septiembre, un total de 14.432 líderes cafeteros presentaron su nombre a cerca de 334.000 productores, para ser elegidos a los Comités Departamentales y Municipales de Cafeteros. Los delegados al Congreso Cafetero que se reúnen en Bogotá esta semana han sido elegidos por el 64% de los electores de 550 municipios cafeteros.  Esta participación electoral es sin duda un ejemplo que el país debe valorar en su justa dimensión. Se trata, además, de votantes que viven con frecuencia alejados de los cascos urbanos, y para quienes el acto de ejercer sus derechos democráticos implica un costo en tiempo y dinero muy superior respecto a los electores de las grandes ciudades, lo cual hace la participación electoral cafetera aún más sorprendente.

Con frecuencia nos quejamos de la ausencia del Estado en las zonas rurales y de la falta de presencia de las instituciones, lo que se constituye en caldo de cultivo para la violencia y para el surgimiento de la ilegalidad. Autores como Alfredo Molano han identificado en sus escritos la constante entre la ausencia del Estado y los fenómenos de violencia. Alcanzar las cifras de participación que los cafeteros han tenido en sus certámenes electorales es por tanto un logro que llama a la reflexión sobre cómo la institucionalidad cafetera colombiana ha logrado mantener su presencia en municipios alejados, llevando consigo recursos y programas  relevantes para atender a sus agremiaos.

De ahí la singular importancia del LXXV Congreso Nacional de Cafeteros que culmina hoy en Bogotá. Se trata del escenario natural para discutir los más apremiantes problemas que aquejan al sector, como el invierno y la roya, es decir, los temas que de verdad les duelen a estos excepcionales representantes del país político y del país nacional cafetero.

Por El Espectador

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