Por sus calles comienzan a aparecer saltimbanquis, brujos, gnomos y todo tipo de artistas que, enfundados en un rol, les muestran a los ciudadanos que salirse de la cotidianidad, de la apatía, de la rutina y de las malas noticias es posible. Cada dos años, el teatro le pide a gritos a Colombia que se refleje en su tolerancia, en su profundidad, en sus ideas, en su creatividad. Que se fije, en últimas, en el arte y la cultura como medio esencial para comprender la realidad.
Como decía el dramaturgo y filósofo Friedrich Schiller, “únicamente la belleza es capaz de hacer feliz a todo el mundo, y todos los seres olvidan sus limitaciones mientras experimentan su mágico poder”. Más allá de las 40 obras internacionales que desde hoy se presentarán en 21 salas de teatro de Bogotá, en parques, en la calle y en diversas plazas, el Iberoamericano de Teatro dejará, como ha ocurrido en 26 años, un legado en el público, un legado imposible de cuantificar, que sólo podremos comprender cuando veamos a una sociedad que ha cambiado su rumbo y que en lugar de las armas ha elegido la belleza en todas sus interpretaciones.
Gracias al arte, las nuevas generaciones de bogotanos han decidido abandonar las imposiciones profesionales que antaño las oprimían, cuando los pocos que tenían acceso a estudios universitarios se veían obligados a matricularse en tradicionales carreras como derecho, medicina o ingeniería. Hoy, gracias en parte a manifestaciones como el Iberoamericano, las universidades les brindan a los jóvenes otras alternativas y miles de ellos han elegido las artes escénicas, la filosofía, la música, el cine o la literatura. Para citar nuevamente a Schiller, “es a través de la belleza como se llega a la libertad”.
Que en los teatros de Bogotá y en sus calles se hayan presentado la Royal Shakespeare Company; la Tadashi Suzuki, de Japón; el Theater an der Ruhr, de Westfalia; el Satirikón, de Moscú, y el Piccolo Teatro, de Milán, entre miles de grupos, no es un asunto menor. Detrás de cada una de sus obras, de cada uno de sus personajes y de cada una de sus frases, hay una huella. Por un lado, la del profundo esfuerzo de aquellas que bregaron por traerlos: Fanny Mikey durante 20 años; Ana Martha de Pizarro desde la partida de la fundadora. Por el otro, la del legado, y es necesario insistir en ello. Escribía Emil Cioran que todo buen libro debía ser una puñalada. Toda buena obra es, también, una puñalada que remueve, que obliga a pensar, que hace que quien la vea no vuelva a ser el mismo.
Este año, Brasil, con su espectro mágico, su cadencia y su cultura, desconocidos para la mayoría de los colombianos, es el invitado de honor del festival. Una de sus puestas en escena más importantes será Gonzagao la leyenda, un musical sobre la vida de Luis Gonzaga, músico brasileño conocido como el Rey del Baião, y que se presentará hoy y mañana en el Jorge Eliécer Gaitán. Otra de sus atracciones será Toda desnudez será castigada, un tratado sobre la hipocresía, que estará en el teatro Nacional, del 11 al 14 de este mes. Más allá de Brasil, los críticos han destacado, a priori, La dama del mar, sobre un texto de Ibsen, con música del ya legendario Bob Wilson, y La tempestad, producida por la International Chekhov Theatre Festival Company, dirigida por Declan Donelan. El abanico es inmenso. La multiculturalidad está garantizada, igual que la calidad. Una vez más, como cada dos años, Bogotá se transformará, y uno de los temas recurrentes de conversación será el teatro.
Por El Espectador
