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Está clasificada entre las “drogas duras” y, según el consenso médico mundial, es una de las sustancias que reporta mayores efectos negativos sobre los seres humanos. La heroína, como tienden a decirnos todas las autoridades, desde las científicas hasta las morales, desde las reales hasta las ficticias, no es un juego de niños.
Ahora bien, la heroína es una sustancia psicoactiva que, como las demás, tiene sus efectos primarios y secundarios. Los primeros hacen parte de los que mencionamos. Aquellos que se conocen teóricamente cuando se piensa en una sustancia pura y sus efectos sobre la salud humana. Pero están los otros, siempre insoslayables, que se producen como resultado de la prohibición que a nivel mundial se hace de ella. Estos son, sin duda, infinitamente peores: la impureza del producto, la marginalidad de los usuarios que recurren en ocasiones a productos más dañinos para la circulación de la sangre en las venas, a compartir agujas entre ellos, en fin, a cosas impensables.
De acuerdo con un estudio del año pasado, hecho por el Ministerio de la Protección Social y el Fondo de Población de la ONU, en la marginalidad de las ciudades, en las “ollas”, allá donde el Estado castiga pero a veces no entiende qué pasa, los usuarios comparten las jeringas para distintos fines: porque más de uno llega con el síndrome de abstinencia desesperado por administrarse la dosis, porque no tiene dinero para comprar la heroína pero puede “alquilar” su jeringa, porque es solidario y, simplemente, se la presta a su amigo.
Estas conductas potencializan la propagación de enfermedades como el VIH y las hepatitis virales, generando un problema de salud pública mayor. De acuerdo con el estudio, el 30% del total de esas infecciones en el mundo están relacionadas con ese comportamiento. Si bien el consumo de heroína en Colombia es bajo, la cifra no deja de ser significativa: según el último estudio nacional sobre población general de 12 a 65 años, el consumo de heroína tiene una prevalencia de 0,19% para quienes la han usado alguna vez en la vida y 0,02% en el último año. Esto hace que se piense que una expansión de la epidemia del VIH podría presentarse por este tipo de conductas que, de nuevo, se dan como efectos de la prohibición.
Si se tiene en cuenta que el consumo de drogas ha aumentado, no le falta razón a la ministra de Salud, Beatriz Londoño, para implementar su propuesta de proveer a los adictos a la heroína con jeringas. Las primeras ciudades que implementarán esta medida serán Pereira y Cúcuta, a través de ONG y fundaciones. Pero el acierto no termina ahí: también se planea suministrar metadona (el medicamento usado para controlar la ansiedad del adicto) en diversas zonas del país.
Los esfuerzos locales y nacionales están, por fin, tomando el rumbo correcto. Eliminar la marginalidad del usuario, atenderlo en su adicción (que no es más que una enfermedad) y suministrarle los elementos necesarios para que la droga no le gane la vida por partida doble, es un paso sensato mucho mejor y más útil que la persecución penal.