Aunque al presidente Juan Manuel Santos le parezca que los cambios en su gabinete de ministros son una buena estrategia para cerrar filas alrededor del eventual acuerdo con las Farc, queda la sensación de que los nombramientos, en varios casos, no van más allá de un interés político, y denotan una preocupante desconexión en carteras que son esenciales para el éxito del tan mentado posconflicto. No desconocemos los méritos personales de muchos de los escogidos, pero es poco convincente el cambio, y menos hacia la paz.
El nombramiento de Clara López, hasta su aceptación presidenta del Polo Democrático, en el Ministerio del Trabajo, es un claro ejemplo de los problemas con el cálculo de Presidencia. Más allá de discutir si tiene la competencia para el cargo, es claro que lo que se buscaba era acercar a ese partido de oposición. El resultado fue por completo adverso. Altos representantes del Polo salieron a pedir que, si López acepta el cargo, lo hará a título personal y no en representación del partido.
Algo similar sucedió con Jorge Eduado Londoño, una de las principales cabezas del Partido Verde y nuevo ministro de Justicia. Sus copartidarios respondieron con frustración y se apartaron de Londoño. Aquí, además, sí cabe preguntarse por la idoneidad de ese nombramiento. El rol del Ministerio de Justicia en la operación de la justicia transicional, clave para el posconflicto, requiere de que una persona con credenciales jurídicas elevadas en ese cargo. Para esta coyuntura histórica, se necesitan nombres cuya trayectoria esté a la altura del reto tremendo que tienen al frente. ¿Puede el presidente decir que Londoño, conocido político tradicional, cumple con ese perfil?
También extraña que al Ministerio de Ambiente llegue Luis Gilberto Murillo, un ingeniero de minas. Murillo es una persona de altas calidades, sin duda, pero ese perfil es el menos adecuado para un Ministerio que ha sufrido precisamente por su desconexión con las necesidades ambientales del país, muchas veces en favor de la minería. ¿O es una ratificación del Gobierno en una política incoherente en favor del “desarrollo” mientras habla de protección de los recursos naturales?
También extraña que el Ministerio de Vivienda, que había arrojado resultados contundentes, requiriera un cambio para darle la bienvenida a Elsa Noguera, con todo y su experiencia y buena hoja de vida.
Los movimientos en otras carteras y entidades tampoco ayudan a paliar la sensación de improvisación. Del Ministerio de la Presidencia, aporte “modernizador” de una promocionada y costosa consultoría, ha sido encargado al ministro del Posconflicto, Rafael Pardo, que apenas se ha instalado en tan crucial papel. Además, todo indica que volverá a ser la Secretaría de Presidencia. Guillermo Rivera, que apenas se acomodaba también a organizar la Consejería de Derechos Humanos, se manda al viceministerio del Interior. Y para reemplazarlo, se retira a la arquitecta de la Unidad de Víctimas, Paula Gaviria. Y así, una serie de enroques que dan imagen de poca continuidad en las políticas.
Habrá que ver si los nombrados en los Ministerios de Minas (Germán Arce), Transporte (Jorge Rojas) y Comercio (María Claudia Lacouture) estarán a la altura de sus carteras.
Con todo, es de celebrar la mayor inclusión (con la presencia, esta vez sí, de una persona afro), más mujeres y, al menos en el discurso, el mensaje de que el presidente entiende los retos que se aproximan. “Cada momento en la historia de una Nación requiere el mejor equipo para liderarlo y llevar a cabo las transformaciones”, dijo el presidente Santos, y es difícil contradecirlo. Lo que no terminamos de entender es por qué la respuesta a la coyuntura es un gabinete con más políticos que personajes idóneos para las necesidades del posconflicto.
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