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La paz total sirve como resumen de la presidencia de Gustavo Petro, tanto de su pasado como de su posible futuro. Se trata de una idea ambiciosa y necesaria, que materializa el deseo de reformas profundas expresado por los colombianos en las urnas y promete librar al país de su mayor lastre histórico. Sin embargo, desde que se anunció, se ha manejado con opacidad, improvisación, hostilidad en el discurso público y con una estrategia aislada de posibles aliados. Todas esas características representan la labor de Danilo Rueda, quien acaba de salir de su puesto como alto comisionado para la Paz. La buena noticia para la Casa de Nariño es que, así como la remoción de Rueda es la oportunidad de ajustar el rumbo, lo mismo aplica para las aspiraciones de la Presidencia. No es tarde para concertar.
El retiro de Rueda es un alivio. De hecho, llega tarde. Desde hace meses el alto comisionado perdió apoyos claves en el Congreso, venía vapuleado por la opinión pública, no mostraba capacidad de acción frente a los incumplimientos de los alzados en armas y hasta rompió la confianza de los excombatientes de las FARC. Su hostilidad con la prensa, que se vio en su poca disposición para dar entrevistas y en la amenaza verbal a una periodista que lo cuestionó, fue síntoma de un problema mucho mayor: el secretismo de los procesos les ha hecho perder legitimidad. Ante las varias crisis que enfrentan las negociaciones, Rueda daba pasos en falso, con declaraciones extrañas que no ayudaban al Gobierno. A pesar de que la paz total es el proyecto más importante de la Presidencia, la Oficina del Alto Comisionado para la Paz se la pasaba en medio de improvisaciones, dando la sensación de que no estaba a la altura del momento histórico.
Otro error del excomisionado Rueda fue su hostilidad hacia los negociadores del Acuerdo de La Habana y su aparente negligencia en la implementación de lo que allí se pactó. Eso llevó a reclamos públicos de Comunes, una incoherencia dentro de un Gobierno que prometió aterrizar la paz. También ha generado que las negociaciones no cuenten con la experiencia valiosa del proceso de paz más importante en la historia del país. Esto debería llevar a reflexiones al presidente Petro. La paz es su oportunidad para construir un consenso amplio, buscar aliados en el Congreso y valerse de lo que aprendimos de tantos fracasos del pasado. Sin embargo, si el nuevo alto comisionado vive atrincherado y solitario, es difícil que sus ambiciones lleguen a buen puerto.
En ese marco, la llegada de Otty Patiño al puesto es una oportunidad. Además de haber mostrado serenidad y firmeza en los diálogos con el ELN, abre la puerta para que el Gobierno cambie de estrategia. No es fácil, pues las negociaciones se enfrentan a la intransigencia de los criminales, pero la Casa de Nariño puede empezar a construir alianzas en torno a la paz. Eso incluye acercarse a los negociadores de La Habana y a todos los partidos que apoyaron el sí en el plebiscito. Adicionalmente, debe repararse la confianza con la ciudadanía, golpeada por tanto incumplimiento y atentado. La paz total tiene futuro, así como las reformas de Gustavo Petro, si se aprende de los errores del pasado cercano.
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